Una de las presentadoras de este programa que busca ser policía de la moda, al ver a la joven actriz, hizo un comentario sobre su cabello aludiendo a que seguramente olía mal y a marihuana. Zendaya reaccionó con una respuesta espléndida, sobre todo viniendo de una joven de 18 años que se mueve en un ámbito que busca homogenizar a las mujeres según el ideal y estándar de belleza que dicta Occidente. La presentadora se vio obligada a disculparse públicamente con la actriz y con otros que se hayan sentido igualmente ofendidos. Se excusó diciendo que su comentario no era racista y reconoció el daño que causan los estereotipos.
Zendaya señaló varias cosas que se desprenden del infeliz comentario: la falta de respeto, lo ofensivo, el racismo y los estereotipos que se reflejaron. Dijo que familiares y amigos de ella tienen rastas, al igual que otros personajes reconocidos (Ava DuVernay, directora nominada al Óscar por la película Selma; Ledisi, nueve veces nominada a los Grammy, cantautora y actriz; Terry McMillan, autora; Vincent Brown, profesor de estudios africanos de la Universidad de Harvard; y Heather Andrea Williams, historiadora de las universidades de Harvard y Yale) y mucha gente más, y que «ninguno de ellos huele mal».
Zendaya explicó que su elección de lucir rastas sobre la alfombra roja fue una cuestión de orgullo. En sus palabras: «Para recordarles a las personas de color que nuestro pelo es lo suficientemente bueno». Además, las considera un símbolo de fortaleza y belleza, como la melena de un león. La actriz también denunció cuánto se critica el pelo de los afroamericanos por ser diferente a lo que manda y acepta la cultura hegemónica de la blancura.
Y me siento identificada porque soy colocha. Y porque me tomó un largo camino estar en paz con mis colochos, amarlos y sentirme orgullosa de ellos. De pequeña veía que mi pelo y mi color de piel no eran como los de las princesas de Disney ni como los de las Barbies. Tampoco eran como los de la mayoría de las niñas del colegio. Y esta inconformidad y extrañeza conmigo misma, pienso, se agudizó un poco más durante la adolescencia. Recuerdo que uno de mis primeros regalos en aquella época fue un alisado químico con un estilista profesional. También recuerdo que me caía mal cuando alguien me decía que me parecía a la negrita de algún programa. Pero, claro, esto fue algo de lo que nunca hablé con nadie.
Y es que mi cabellera —y otras características— vienen de la herencia de mi bisabuelo, que inmigró del Caribe y por azares del destino terminó desembarcando en Retalhuleu. Él era negro (no sé muchos más detalles). Y es algo de lo que nadie habla en mi familia. Y fue hasta hace poco, cuando me senté con mi abuela y le pregunté más al respecto, cuando pude tener tan solo un poco más de información.
Y es que ciertamente las mujeres tenemos tanta presión por encajar en ese modelo en el que se espera que todas encajemos. Que ninguna desentone con ese mandato. Pero cuánto daño nos hace esto, cuánto afecta nuestra autoestima. Y se nos va la vida tratando de ser eso que el sistema patriarcal exige de nosotras para ser aceptadas por una sociedad que nos controla, nos vigila y nos sanciona si nos atrevemos a ser diferentes y a desafiar esas expectativas que sostienen al pensamiento dominante.
Más de este autor