La batalla por la transparencia y contra la corrupción está resultando más difícil de lo que hubiese parecido. Más de lo que ofrece la retórica de los políticos.
Tretas, engaños y descaros diversos han logrado bloquear en el Congreso, por meses ya, la aprobación de: la Ley Contra el Enriquecimiento Ilícito (LCEI); la regulación del secreto bancario para fines de fiscalización del pago de impuestos; y las reformas a las Leyes Orgánicas del Presupuesto, de la SAT y de la Contraloría General de Cuentas, todas a un paso de aprobarlas. Por cierto, esta es una agenda muy mínima de transparencia y combate a la corrupción.
Insultos a la inteligencia de la ciudadanía, como la “falla” de un tablero electrónico, el clásico rompimiento del quórum parlamentario, o el más ingenioso y reciente, súbitos cambios en la agenda legislativa, han servido para abandonar la agenda de transparencia para dar paso a temas “más importantes y urgentes”. El más reciente fue la suspensión de la redacción final por artículos de la LCEI, con el pretexto de leer las iniciativas de ley para las reformas constitucionales y el presupuesto para 2013.
Los llamamientos a la responsabilidad ya son numerosos y diversos. Hasta el Presidente parece estar librando su luchita contra los corruptos. Por meses ya, luego de reuniones en Casa Presidencial con los diputados, la semana pasada el mandatario hizo un lastimero llamado a la bancada oficialista para aprobar la LCEI (que por cierto, parece que la bancada del PP destaca entre las principales enemigas de la transparencia y el combate a la corrupción), demostrando cuán pequeño y risible es el poder del Presidente, comparado con el de los mafiosos, como los financistas de campañas electorales y demás emperadores de la corrupción y el enriquecimiento ilícito e ilegal.
Dentro de estos emperadores de la opacidad, han surgido con un descaro inesperado algunos abogados. Demostrando pericia en su arte de tergiversar las cosas, ahora dicen que la LCEI, además de criminalizar a la sociedad, también atenta contra su oficio, ya que castigaría la acción de abogar por otro… Vaya que impresiona cuán retorcida puede estar la conciencia de estos profesionales del Derecho, ¡hasta un editorial de uno de los periódicos impresos escribieron, lleno de estos desvaríos! Al molestarles el contenido de la LCEI, pues me parece que les cae como anillo al dedo, el viejo pero muy sabio refrán que reza “al que le caiga el guante que se lo plante”.
Por su parte, los diputados más burdos y descarados balbucean públicamente, diciendo que la LCEI debería aprobarse, ya que es una oportunidad para “lavarle la cara” al Congreso. ¡Como si se tratara de una limosna, que por piedad o lástima nos estuvieran otorgando!
Otros, mucho más siniestros y maquiavélicos, entrampan la aprobación de la agenda legislativa de transparencia con tretas y trampas sutiles. Un ejemplo es la propuesta de LIDER para introducir la evasión de impuestos en la LCEI. Una propuesta atendible, pero intencionalmente tan polémica, que lo único que logró fue entrampar la LCEI. Sin duda, un trabajo “muy fino” que no vino de LIDER, sino de una mente que piensa que erradicar el testaferro, el cobro de comisiones, el tráfico de influencias, los nombramientos ilegales, el cohecho pasivo y activo, además de toda una constelación de prácticas ilícitas, significaría el “fin de los políticos”.
Así de puerca y asquerosa es la forma de pensar de la caduca y putrefacta “clase política” de hoy. Que por cierto, sólo nosotros tenemos la capacidad de erradicar y sustituirla por… precisamente todas y todos nosotros, organizados en una ciudadanía activa e interesada por mejorar las cosas.
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