Apolo es el dios del Sol, dueño de la luz que representa la claridad y la verdad, en tanto que Dioniso es el del vino y se asocia con el éxtasis y la emoción. Dichos opuestos, representados en estos dos personajes mitológicos, constantemente rivalizan en nuestras decisiones privadas y también en la vida pública.
Cuando nos enamoramos, decimos que nos puede más la emoción que la razón. Un sentimiento de bienestar irracional nos domina cuando estamos cerca de nuestro ser amado, y no hay razón que nos convenza de que ese ser perfecto no es el indicado. Pero otras veces buscamos seguridad en la razón para resolver nuestras tragedias personales. Analizamos con objetividad los pros y contras de un trabajo, por ejemplo, y tomamos una decisión basada en argumentos racionales como salario, estabilidad y posibilidades de ascenso. Y así vamos por la vida debatiéndonos entre la razón y la emoción.
Lo interesante de esta dualidad con la que resolvemos nuestra existencia personal es que también la trasladamos al ámbito público. Las campañas electorales son el mejor ejemplo. Los asesores de campaña conocen al dedillo el arte de manipular las emociones de los votantes. La bondad, la simpatía, la firmeza, la humildad son cualidades que deben mostrar los candidatos para ganar adeptos. Pero aquellos también buscan convencer con discursos que activen emociones como el miedo, el odio o la esperanza. Ellos saben que la gente se moviliza por pasiones. Y por más ridículos que parezcan sus argumentos, verán cómo surten efecto en una gran mayoría de votantes.
Según las últimas encuestas publicadas, a los guatemaltecos nos preocupan mayoritariamente tres temas: el empleo, la corrupción y la inseguridad. En torno a estos temas los candidatos tratarán de posicionarse echando mano de las emociones. Llorarán si hace falta, abrazarán a niños y ancianos, bailarán y cantarán para verse como parte del pópulo. Jurarán amor a su pueblo y a la patria. Igual que el novio en la etapa del cantineo, se mostrarán empáticos, alegres y seductores.
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Unos cuantos ciudadanos son pensantes e informados. La canela fina de las redes sociales exigirá que los candidatos presenten un plan de gobierno y propuestas concretas que le den certeza para elegir al mejor. Demandará que los partidos declaren su posición ideológica para estar segura de que representan sus intereses y de que no la traicionarán en sus posturas cuando lleguen al poder. Precisará con ingenuidad que el candidato haga público su posible gabinete de gobierno para estar más segura de su círculo.
En esta búsqueda racional para definir el voto no contabiliza que, ante todo, la política es un juego de intereses y que, una vez en el poder, la mayor parte de los planes de gobierno no se concretan porque no hay correlación de fuerzas para impulsar los cambios que se habían propuesto; que aquel gabinete que el candidato dijo que quería debe pasar muchos filtros y negociaciones para concretarse, y que no todos los bendecidos llegarán a la silla ministerial. Estos Apolos serán los primeros decepcionados y se convertirán en los principales críticos de sus propios candidatos. Porque, desafortunadamente, la razón no es garantía absoluta de la probidad de los futuros gobernantes.
Mientras tanto, la masa de votantes irá a las urnas movida por sus emociones, por la esperanza de un cambio, por cansancio de que sigan gobernando los mismos, por venganza hacia sus enemigos, por temor a perder sus privilegios, por miedo a que gobiernen los otros. Dionisio (no el Gutiérrez, sino el dios del vino) seguirá reinando en esta campaña electoral.
A poco más de dos meses de las elecciones, la incertidumbre es la emoción que nos domina por no saber quiénes irán en la papeleta. La incertidumbre no es buena aliada para un proceso electoral. La CC tiene sobre sus hombros la responsabilidad de darnos certezas, ojalá basándose en la razón. Hasta entonces, ¡que vivan el vino y el caos!
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