Harta escucharla, aun en son de broma, y más cuando cualquier día, en casi cualquier semáforo de la ciudad de Guatemala, vemos niñas, niños y adolescentes en condiciones de mendicidad vendiendo bagatelas y procurándose un mínimo sustento diario. Entonces, ¿de qué niños estamos hablando? ¿De qué jóvenes? ¿De estos o de los que alimentan la crónica roja de muerte y de delincuencia? ¿O acaso de nuestro diminuto bolsón de bienestar encapsulado en el consumo privativo de una pequeña parte de la sociedad guatemalteca? ¿O de los pocos que tendrán la fuerza y los medios para salir huyendo hacia el norte?
El informe de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala titulado Situación de la niñez en Guatemala en el marco de la pandemia del covid-19 (2020) registra problemáticas como 27,913 casos de desnutrición aguda al 31 de diciembre del año de publicación, infraestructura insuficiente (como ese 20 % de escuelas que no posee agua potable), poca capacidad de acceso a medios digitales para adecuarse a la situación de formación virtual, 2,579 casos de abuso sexual en niñas (según datos del MSPAS) y el reporte del Instituto Nacional de Migración de México de un incremento en la cantidad de niñas, niños y adolescentes migrantes después de mayo, entre otros datos.
¿Qué niñez y qué adolescencia son el futuro del país? No hacen falta dramas o alarmismos baratos: los datos fríos no invitan al optimismo respecto al futuro del principal activo de cualquier sociedad, sus niños y jóvenes. Solo muestran la terquedad barata de dicho eslogan cuando en el interior del país hay niñas y niños sin posibilidad de agua y mucho menos de acceso a energía eléctrica, a medios virtuales y a conexión a internet; cuando hay niños y niñas en áreas urbanas sin capacidad de conectarse a clases televisadas o radiales. La pandemia del covid-19 no solo está exponiendo estas desigualdades sociales frente a una contingencia de salud común, sino que además está poniendo en entredicho las capacidades del Estado de ver a la niñez y a la adolescencia como el principal eje estratégico del desarrollo nacional. ¿Qué tipo de condiciones sociales y económicas se le están heredando a la generación que en breve remplazará a la actual como motor de la economía del país?
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Si se pretende que la carga y responsabilidad de un estado de bienestar recaiga en las nuevas generaciones, lo estamos haciendo mal. Pareciera que estamos dando por perdido el presente y que estamos esgrimiendo la risible excusa de la juventud como futuro para inculpar o trasladarles la responsabilidad a otros. Guatemala está generando y reproduciendo violencias, abusos y precariedad contra la niñez y la adolescencia. No se está sembrando ningún futuro, ni siquiera ninguna capacidad para que los y las jóvenes eventualmente tomen con cierta solvencia las riendas del desmadre y del fracaso del presente.
Seguimos cavando un pozo sin fondo, donde al parecer muchos se sienten de hecho cómodos, donde la niñez desprotegida es una mera parte del paisaje. Hay niñez ocupada en lo urgente por la necesidad de sobrevivir, empeñando su futuro y el nuestro; niñez sin educación, llevando sobre sí un pesado mecapal de desnutrición, insalubridad, explotación laboral y precariedad. Existe una idea de la ciudad de Guatemala como urbe moderna, donde apenas unos pocos pueden darse el lujo de ignorar este panorama sombrío. No por nada la metrópoli es la expresión sintética de todas las problemáticas del país en general. La Guatemala del futuro está solo en el imaginario de unos pocos privilegiados y en el de algunos otros que se creen parte de este microcosmos sin siquiera acercarse a sus privilegios.
Antes de utilizar esa frase como un tópico trillado y vacío, seriedad es lo que se necesita para entender que el único futuro viable y posible es la inversión seria, no antojadiza, en la niñez y en la adolescencia. Si este punto de inflexión que es la pandemia del covid-19 no logra hacer esa conciencia, parece difícil creer que algo más lo hará.
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