En el único diálogo póstumo, el diálogo Νομοι , Platón realiza una planteamiento con el cual me parece se puede abordar la comprensión de los hechos humanos. Es este cuestionamiento el relacionado a la legitimidad. Ahora bien, hemos de recordar que en la estructura del debate griego antiguo, todo esfuerzo por remontarse a los inicios —nos dice Sheldon Wolin— hacía mención al mito que Protágoras recuenta en los diálogos, en el cual Zeus dio a Hermes la potestad de distribuir en partes iguales entre los hombres la justicia. Se extraen del mito las siguientes reflexiones: “ la justicia, … no es fruto de la naturaleza ni del azar, por eso agrega, puede ser enseñada… ¿Es posible decirlo mejor, al eliminar la naturaleza y el azar, la justicia solamente puede ser fruto de la convención?”.( 323c)
Convención o también pacto, entendido también como un acuerdo, lo importante es traer a colación la idea en cuanto a que para los antiguos, precisamente la justicia se encuentra en el hecho de reconocer la tradición de la cual emana el origen de todos los actos. Y la justificación de la ley, del tipo de ley que se tiene, es un producto de las necesidades del colectivo. Dice el diálogo que “todo lo que cada ciudad cree y decreta legalmente para sí, es verdad para cada uno… en este sentido… simplemente lo que parece al grupo resulta verdadero desde el momento en que así se establezca y por el tiempo que se determine”. (172 a b).
Sin embargo, y a pesar de dicho reconocimiento categórico, en la estructura del diálogo Νομοι se hace un cuestionamiento en cuanto a qué constituye la legitimidad de las leyes. La legitimidad de la legislación está en su legalidad y hace llamado a lo que es más útil en lugar de considerar lo que es justo o verdadero. Dicho reconocimiento no es para menos, si recordamos que en los diálogos iniciales Trasímaco reconoce que la justicia y las leyes son simplemente la voluntad de los más fuertes, argumento al cual Sócrates (disfraz de Platón) no acepta. Pero en el diálogo que nos ocupa, no aparece más Sócrates, sino un Platón maduro, que ha sido probablemente desanimado por su experiencia fallida en Siracusa y al reconocer que la legitimidad de la legislación está en su legalidad estamos ya frente a un Platón que en nada asemeja a los primeros diálogos. Este reconocimiento contrasta, por ejemplo, con la percepción que hallamos en el diálogo del sofista Sófocles, El Antígona. En este diálogo, luego de rebelarse contra el Rey de Tebas, Polinicles —quien es hermano de Antígona— ha fallecido en la rebelión y debido a su carácter rebelde no puede recibir los honores fúnebres que merece. Y sin embargo, Antígona decide rebelarse contra la legalidad expresada por el Rey de Tebas y darle las honras fúnebres a su hermano, a pesar de no ser sacerdotisa y, además, desobedecer el edicto real. No hace falta explicar por cuál razón dicha tragedia es la preferida de los románticos alemanes para mostrar las distinciones entre los valores de la ciudad (convención) y los valores de la naturaleza.
En esencia, con dos piezas de la literatura universal pueden discernirse los eventos humanos contemporáneos. Si los antiguos tuviesen como temática de discusión la inscripción de Sandra Torres (lo cual es estúpido plantear, puesto que sería difícil discutir dicha situación sin la existencia del término político francés de la soberanité ) probablemente harían referencia a los diálogos y alguna tragedia. Si el derecho de Sandra Torres a participar en el proceso electoral es un derecho natural, entonces dicho derecho está sostenido —cómo lo entendemos desde el diálogo del retórico Gorgias— en la voluntad del más fuerte. Por ello, pudiera ser posible comprender que ante tal argumentación el pleito político se resuelve por lo general a manera de mostrar quien puede acumular mayor número de acarreados o quien pueda hacer sentir su influencia en los magistrados.
La pregunta en la cual —otra vez, asumiendo que los antiguos reflexionaran sobre este hecho— mayor énfasis se haría probablemente radique en la legitimidad de la decisión de las cortes. Negarle la inscripción a Sandra Torres sería probablemente la forma de hacer cumplir la legalidad y con ello el viejo Platón estaría de acuerdo: el viejo Platón que ha perdido el amor por la utopía de la ciudad ideal. Pero los sofistas referirían que la terquedad por hacer lo que consideramos correcto, aunque la normativa dominante lo restrinja (aquí es introducido inapropiadamente a Foucault) es lo más correcto. Claro, debemos estar dispuestos a sufrir el castigo de la sanción al igual que Antígona.
Y al final del día, frente al carácter pragmático que encontramos en el diálogo póstumo, resulta mejor hacer lo que convenga y sea más útil. No simpatizo con la UNE, pero creo que en el contexto de un país donde la Constitución se cumple cuando conviene a la oligarquía y se sataniza de papel comunistoide cuando les toca el bolsillo, lo útil sería permitir la inscripción de Sandra Torres y con ello se evitarían tres problemas: 1) hacer de estas elecciones una farsa,
2) incendiar el país y, 3) evitar un escenario postelectoral similar al mexicano del 2006 con el debate de los presidentes legítimos y no legítimos.
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