La principal luz que proyectan los acontecimientos pasados es el despertar ciudadano, así como la sed de información que ha hecho que los guatemaltecos busquen con ansiedad las respuestas a sus múltiples interrogantes: ¿qué debemos hacer para mejorar Guatemala?, ¿debemos ir a votar?, ¿por quién debemos votar?, etc.
Esta sed de conocimiento tiene como contraparte la multiplicidad de analistas y actores que han realizado análisis y propuesto cursos de acción. Sin embargo, lo malo es que,...
La principal luz que proyectan los acontecimientos pasados es el despertar ciudadano, así como la sed de información que ha hecho que los guatemaltecos busquen con ansiedad las respuestas a sus múltiples interrogantes: ¿qué debemos hacer para mejorar Guatemala?, ¿debemos ir a votar?, ¿por quién debemos votar?, etc.
Esta sed de conocimiento tiene como contraparte la multiplicidad de analistas y actores que han realizado análisis y propuesto cursos de acción. Sin embargo, lo malo es que, al igual que en la plaza, donde no había unas demandas consensuadas, los analistas y los actores políticos se dividieron en una y mil opiniones, desde las más conservadoras hasta las más radicales, e hicieron que la babel de voces terminara confundiendo a la población.
En una de las últimas manifestaciones tuve el gusto de platicar con varios jóvenes inquietos, de quienes recibí un sinfín de preguntas a las que no podía contestar. El desánimo empezaba a vislumbrarse en mis interlocutores. Como estrategia para salir del atolladero empecé a responder con una pregunta: ¿han buscado información sobre la realidad? La respuesta inmediata fue que sí, pero que a estas alturas se sentían saturados de información y confundidos por tantas voces contradictorias. La pregunta sobre el futuro seguía en el aire. ¿Qué debemos hacer para cambiar Guatemala?
De nuevo respondí con otra pregunta. ¿Ustedes tenían este nivel de conciencia hace seis meses? La respuesta al unísono fue: «No, hemos aprendido más en estos seis meses que en muchos años pasados». Eso me dio luces para darle un giro a la conversación: quizá no hemos alcanzado mucho en estos meses, quizá el único logro tangible de las manifestaciones sea la renuncia de Roxana Baldetti. Y aun en este aspecto los más escépticos dicen que pesó más la embajada que la movilización. Sin embargo, la emergencia de esta conciencia ciudadana seguro será lo más relevante que los historiadores recordarán de estas marchas ciudadanas. Y ese aspecto será la diferencia: será el parteaguas de la historia guatemalteca.
La experiencia histórica demuestra que la fe mueve montañas. Y la seguridad de que en un futuro no muy lejano tendremos una nueva Guatemala anima mi optimismo, un optimismo informado que no se basa en quimeras, sino en una conciencia clara de lo que tenemos que reformar, empezando por la Ley Electoral y de Partidos Políticos, y siguiendo con una ruta de cambio que en algún momento debemos trazar.
¿La clave? Entender que la democracia no se agota en el simple acto de ir a votar o en ir a una manifestación de vez en cuando, sino en la vigilia constante para alcanzar y preservar lo conquistado. Como bien lo planteó uno de los carteles en la plaza: «El precio de la democracia es su eterna vigilancia».
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