Hasta los grandes maestros de la propaganda engañosa, de la mentira y de la tergiversación saben que su oficio tiene límites. En la Segunda Guerra Mundial, cuando las fuerzas aéreas aliadas bombardeaban la Alemania nazi de día y de noche, el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, nunca negó el efecto devastador de los ataques. En sus discursos y artículos Goebbels apeló a la misericordia por las víctimas, prometió venganza y denunció el terror de los bombardeos (sin mencionar que la Luftwaffe había hecho y estaba haciendo lo mismo o cosas peores), entre otras falacias, mentiras y recursos retóricos, pero nunca negó lo evidente: Alemania estaba siendo bombardeada de una forma sin precedentes y cientos de miles de civiles estaban muriendo. Goebbels era un mentiroso astuto, de quien hoy nadie duda lo dañino que fue.
Otro caso digno de estudio es el de Thu Huong, la mujer vietnamita que transmitía propaganda durante la guerra de Vietnam y que era conocida por los soldados estadounidenses como Hanoi Hannah. Algunos reportes dan cuenta de casos en los que los militares estadounidenses confiaban más en lo que decía Hanoi Hannah que en los informes de su propia radio, pues la propaganda estadounidense era descaradamente exagerada, mientras que la vietnamita era una combinación muy hábil de hechos reales y datos verificables por los mismos soldados con informes falsos o exageraciones convenientes para los vietnamitas.
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La historia también tiene ejemplos del otro tipo de mentirosos, los torpes. Quizá el caso más reciente, y por ello emblemático y mejor recordado, es el de Mohamed Saíd al-Sahaf, el político y diplomático iraquí sucesor de Tarek Aziz (él sí un diplomático muy hábil) durante el régimen de Sadam Huséin. Al-Sahaf cobró fama durante la invasión estadounidense a Irak, cuando fungía como ministro de Información y vocero del Partido Socialista Árabe Ba’ath. Durante ese conflicto, Al-Sahaf llegó a declarar que cientos de soldados estadounidenses se estaban suicidando en las afueras de Bagdad y negó que en la ciudad hubiese tanques invasores, cuando la televisión mostraba en directo que estos se encontraban a solo metros de distancia del lugar donde él estaba ofreciendo la conferencia de prensa y cuando el mismo audio de la conferencia permitía escuchar el ruido de los combates cercanos. Al confirmarse rápidamente (si no inmediatamente) la falsedad de las declaraciones de Al-Sahaf (los estadounidenses lo llamaron Bob Bagdad), este se volvió un ícono del ridículo y una vergüenza más para los iraquíes, cuya situación podía ser cualquier cosa, menos un chiste.
Volviendo a Guatemala, que el actual ministro de Gobernación, Enrique Degenhart, es un mentiroso ya se sabe y no es ninguna novedad. Lo que está quedando claro ahora es qué clase de mentiroso es. Uno puede especular respecto a qué habrá pasado por su cabeza al declarar que «no hay ningún retiro» y que «el apoyo del Gobierno de Estados Unidos hacia el Estado de Guatemala no solo continúa, [sino que] nunca ha sido mejor en las condiciones actuales». Al igual que Al-Sahaf, Degenhart otra vez ha hecho el ridículo porque, en cuestión de horas, el vocero del Departamento de Defensa de Estados Unidos desmintió a Degenhart al ratificar que, «por ahora, [dicho departamento] ha interrumpido la transferencia de equipos y la capacitación de las FTI [Fuerzas de Tarea Interinstitucionales]» y que esa institución estadounidense «también está evaluando transferencias al Ministerio de la Defensa de Guatemala caso por caso, en el contexto de nuestra larga relación y [de nuestros] esfuerzos de capacitación».
Juzgue entonces quien lee qué tipo de mentiroso es Degenhart.
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