Su frenética interpretación, con las cabezas cubiertas por pasamontañas de colores, frente al altar mayor de la más importante catedral moscovita, causó la ira de la Iglesia Ortodoxa, y se ha convertido en un ícono de la oposición al régimen de Putin. Y ciertamente, trae a la memoria otros momentos en que artistas, y específicamente bandas de rock, se han convertido en el catalizador de un descontento social, especialmente en contextos en los cuales los actores políticos de oposición son débiles, o se encuentran convenientemente acomodados a un status quo, o treguas previamente establecidas.
Esta afirmación podría llevarnos a rememorar el contexto del rechazo a la guerra de Vietnam, con Give peace a chance como fondo musical para imágenes en blanco y negro de activistas de los años sesenta. O tal vez a uno de los múltiples arrestos de Jim Morrison, luego de interpretar When the music is over, sin dejar de lado el agudo ingenio de Bob Dylan con Hurricane.
Pero también puede llevarnos a contextos más recientes. La semana pasada, cuando Paul Ryan, el flamante candidato presidencial de Mitt Rommey afirmó, en una entrevista, que su banda favorita era The Rage Against the Machine – grupo de referencia para los años 90- , la indignación creció en Tom Morello, guitarrista de esta banda, que en entrevista a Rolling Stone, le dejo un mensaje a Ryan: “Me pregunto ¿Cuál es la canción favorita de Ryan?, ¿Tal vez aquella en que condenamos el genocidio de los indígenas de Norteamérica?, ¿o aquella en la que criticamos el imperialismo americano?, ¿o nuestro cover de Fuck the police?, ¿o acaso en la que llamamos al pueblo a tomar el control de los medios de producción?, en todo caso, son muchas opciones para animar las convenciones de los jóvenes republicanos”. Por supuesto, Ryan aclaró que lo que le gustaba era el ritmo, no las letras de las canciones.
Seguramente este intercambio entre Tom Morello y Ryan no influirá en el resultado de las elecciones de noviembre. Tampoco lo hizo, en su momento, el American Idiot de Green Day, que la revista Newsweek consideró como una de las manifestaciones culturales más importantes de oposición a la era de George W. Bush. Una opera punk, escrita en torno a un personaje, Jesus of Suburbia, que va a la guerra de Irak, no podía ser otra cosa, pese al ritmo cansino y adolescente de “The boulevard of broken dreams”.
En una época virtual en que activismo se interpreta en darle un “like”, o poner un tweeter, como actos que diferencian a un individuo de una multitud, tomar posición sobre temas como injusticia y política, es un acto de auténticos radicales. Personalmente no comparto la toma de una catedral, o de cualquier otro templo de cualquier otra confesión, pero a nadie debe escapar que las imágenes de las tres jóvenes integrantes del grupo, posando desafiantes mientras escuchan una sentencia cuyo contenido se anticipaba, han captado poderosamente la atención del millones de personas sobre la democracia en Rusia, que han manifestado su simpatía y se han sumado a las peticiones por su liberación.
¿Dónde está la actitud política del rock en América Latina?, después de la Bersuit Vergarabat, con su particular interpretación de la crisis política argentina de 2001 – “son todos narcos, y de los malos”, disfruto de la incorreción política de los Calle 13. Algo tiene que librarnos de las influencias comerciales de canciones de amor que preconizan el sufrimiento eterno, y eternizan al macho llorón.
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