Con mucho conocimiento de causa se explayaron sobre cuestiones que, lamentablemente, el ministerio de educación no se ha atrevido a enfrentar al momento de imponer los cambios que, a “trote y moche”, se han puesto en marcha, dejando en evidencia que los problemas son unos y que la decisión aplicada sólo vendrá a complicarlos más.
Una cuestión que apareció, por naturaleza propia, fue la urgente e indispensable necesidad de reformar la enseñanza media. Se expuso, por ejemplo, que los ins...
Con mucho conocimiento de causa se explayaron sobre cuestiones que, lamentablemente, el ministerio de educación no se ha atrevido a enfrentar al momento de imponer los cambios que, a “trote y moche”, se han puesto en marcha, dejando en evidencia que los problemas son unos y que la decisión aplicada sólo vendrá a complicarlos más.
Una cuestión que apareció, por naturaleza propia, fue la urgente e indispensable necesidad de reformar la enseñanza media. Se expuso, por ejemplo, que los institutos públicos no forman buenos bachilleres (¿?) y que sólo en el bachillerato se imparten cursos de Física y Química, siendo uno de los grandes problemas que no existan profesores calificados. Si bien no es cierto que en el pensum actual de la formación de maestros de primaria –el que se ha eliminado sin ley y sin norma legal- no se impartían los cursos arriba citados, sí lo es que existe una total ausencia de docentes calificados para estas y otras materias de las llamadas ciencias puras, problema que, sin embargo, no es sólo del sector público sino también del sector privado. La mayoría de los docentes, cuando tienen alguna formación, es porque la obtuvieron cuando fueron estudiantes de alguna ingeniería, la que generalmente abandonaron por variadas razones. Existe, pues, este enorme problema, que no es ni culpa de los alumnos normalistas ahora satanizados, ni de los docentes que, sin otras opciones laborales, resultan siendo semi docentes de áreas de conocimiento que no dominan y mucho menos tienen formación pedagógica para impartirlas.
Cuestionados respecto a las opciones de empleo, los entrevistados fueron enfáticos al afirmar que los egresados de magisterio –el de tres años y que se ha cerrado- encuentran más pronto empleo que los que tienen sólo el diploma de bachiller, aunque aún así en proporción muy reducida y no necesariamente en la docencia primaria, donde sólo se emplearía un poco menos de 10% de los egresados anuales. Es importante hacer notar que los dos expertos se dijeron, aunque no enfatícamente, simpatizantes de la medida ministerial, bajo el supuesto de que somos uno de los pocos países que forma a sus maestros de primaria en el nivel medio y no en el superior, llegando a aconsejar “no dar que dar marcha atrás”.
Como el lector puede darse cuenta, el problema de la educación y el sistema escolar en Guatemala es que es un diálogo de ciegos: Las acciones de política pública son unas y las constataciones –evidencias- que supuestamente se usan para justificarles se refieren a cuestiones muy diferentes. Porque nadie niega que los estudiantes deben tener mejor y mayor formación, afirmación aplicable tanto a futuros maestros de primaria como bachilleres y lo que los expertos dejaron claro es que el problema está en sus docentes y no en los alumnos, por lo que lo que hay que reformar, en consecuencia y con urgencia, es la formación de esos formadores.
En otro carril corre la cuestión del empleo juvenil. Si los estudiantes de las escuelas normales pertenecen a los sectores más depauperados de la sociedad, aunque no necesariamente a los pobres y extremadamente pobres, pues estos ni la primaria han logrado concluir, es evidente que sus padres, y ellos mismos, vean con claridad que la solución impuesta sólo viene a dificultarles aún más su acceso al mercado de trabajo. Falso es, entonces, que “los jóvenes no saben lo que es su futuro”. Todo lo contrario, lo tienen tan claro que por eso se oponen a ser bachilleres con muchas menos posibilidades de empleo, sabedores que la inmensa mayoría no tendrá condiciones de asistir a la universidad.
El sector privado, por su lado, tiene su propia dinámica, y los supuestos “precios” topes que desde el MINEDUC se han impuesto desde hace muchos años a la venta de diplomas de nivel medio no complica ni resuelve los problemas citados. Los precios perfectamente pueden liberalizarse y ser comprados los diplomas sólo por aquellos que los quieran lucir como ropa de marca, que la calidad de la educación no es una cuestión de precio sino de política pública.
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