La presencia institucional posible, en no pocos de estos lugares, se debe a las iglesias, a organizaciones nacionales o internacionales de asistencia y a instancias académicas, entre otras. Los proyectos o programas que se impulsan por intermedio de estas instancias, tienen, conforme su carácter instrumental, un alcance limitado, tanto desde el punto de vista temporal y espacial como en lo referente a la capacidad de éstos, para atender problemas complejos, multidimensionales.
Los proy...
La presencia institucional posible, en no pocos de estos lugares, se debe a las iglesias, a organizaciones nacionales o internacionales de asistencia y a instancias académicas, entre otras. Los proyectos o programas que se impulsan por intermedio de estas instancias, tienen, conforme su carácter instrumental, un alcance limitado, tanto desde el punto de vista temporal y espacial como en lo referente a la capacidad de éstos, para atender problemas complejos, multidimensionales.
Los proyectos son paliativos, compran algo de tiempo al reducir la velocidad de las trayectorias de deterioro, en general sus efectos o impactos no alcanzan escala y al no tener continuidad, normalmente, se diluyen. Los proyectos, por sí solos, no conducen al desarrollo. Décadas de ejecución de proyectos en el sector forestal, por ejemplo, no han sido suficientes para tomar control de las múltiples causas directas y fuerzas impulsoras estructurales que actúan sinérgicamente entre sí, en detrimento sostenido de los bosques. Lo mismo puede decirse cuando se analiza la gestión del agua, la biodiversidad, la agricultura o la seguridad alimentaria y nutricional, entre múltiples temas en similar condición. La precaria realidad imperante en estos aspectos no permite sustentar la efectividad de los proyectos. Que sin ellos, peores escenarios tendríamos a la vista, es cierto, en muchos casos, verificable objetivamente. Por ejemplo, la Reserva de Biósfera Maya en Peten, sin los proyectos ahí impulsados, hoy seria historia.
La efectividad de los proyectos —o programas— solo se podrá incrementar en la medida que sean parte de “líneas de desarrollo” nacional, cuidadosamente conceptualizadas, diseñadas y puestas en marcha. Convertidas en el eje del accionar del aparato público, central, departamental y municipal. Apuntaladas, al menos, por capacidades que garanticen —con oportunidad, suficiencia, continuidad y efectividad— los servicios de capacitación, investigación y asistencia técnica, organización social, financiamiento, acceso a mercados e infraestructura pública. En estos aspectos, los proyectos pueden ayudar pero no sustituir al Estado. El Estado necesita más recursos. La reforma fiscal —integral y progresiva— se identifica como la ruta para garantizarlos. Las instituciones políticas tienen, sin embargo, baja o nula credibilidad para sustentar este proceso. Mientras un acuerdo nacional para enfrentar estas necesidades parece inalcanzable, el caos nacional sigue su curso. Un agricultor en la comunidad Panquix de Totonicapán me dijo: “Las penas nos enferman, estamos sobreviviendo”. Yo le dije: “Nosotros en la ciudad, también”.
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