En un país donde todo urge, sin recursos y con alta efervescencia social, la mejor inversión (financiera y política) que pueden hacer los tomadores de decisión es utilizar el principio básico en políticas sociales: priorizar programas e intervenciones con alto nivel de sostenibilidad. Dicho en otras palabras, y como anillo al dedo en el caso de nutrición, literalmente se trata de enseñar a pescar en lugar de regalar los pescados.
En Guatemala hay un ejemplo de programa que está dando muestras de ser altamente efectivo y que debería ser tomado en cuenta para las políticas de nutrición y seguridad alimentaria si se quieren realizar de forma seria y sostenible. Aun en su etapa piloto, es proyectable su alto potencial para ser promovido y replicado, no solo en área de salud, sino en otras de programas sociales, e incluso en otros países con similares situaciones a las nuestras. Se trata del programa 36 Meses Cero Desnutrición, un esfuerzo conjunto de la Secretaría de Seguridad Alimentaria (Sesan), Ministerio de Salud, Unicef y el Centro de Comunicación para el Desarrollo (Cecode).
El programa es innovador en su concepción, metodología, implementación y evaluación. La clave es promover procesos en los que la población participa en la planificación y desarrollo del programa. No se presenta como un “plan del gobierno XX” o “de la organizacion XX”. Se trata de “pobladores contra la desnutrición”. La población se apropia del programa y lo hace suyo.
El programa cuenta con diversas estrategias y actividades, que surgen desde la realidad y necesidades específicas de cada una de las comunidades donde se lleva a cabo. Las familias discuten y aprenden hábitos nutricionales a través de actividades que forman parte de su cultura. En algunas comunidades se han realizado concursos de cocina utilizando ingredientes lugareños de alto nivel nutricional, se desarrollan recetarios, se realizan actividades de convivencia y presentaciones públicas.
En lo personal, tuve la oportunidad de observar la dinámica en una “lotería de la nutrición” en Tunayac, Momostenango, Totonicapán. La actividad fue coordinada por el equipo de comunicación y líderes comunitarios. El lugar de encuentro fue el atrio de la pequeña iglesia al tope de la colina, al salir de las actividades religiosas dominicales, en medio de montañas, niebla y sembradíos. Al inicio se fueron acercando las mujeres con los niños y luego se sumaron los hombres.
La lotería era como la que se canta en cualquier pueblo, pero en lugar de cantar “la chalupa” o “el cotorrito” se cantaba “el macuy”, “el mosh”, “el banano”, incorporando mensajes sobre por qué son importantes y qué tipo de comidas preparar con ellos. El final de la jornada fue la tomada de peso y medida de los niños. Las comadronas y líderes de la comunidad llevan las pesas y cuadernos con los números de cada niño para verificar si están creciendo con normalidad o reportarlo al centro de salud por alguna anomalía.
Al final, son ellos mismos quienes han ido desarrollando, diseñando, aprendiendo e implementando lo que necesitan. La parte más importante es que cuando la intervención externa culmina, la población ya ha generado su propio conocimiento y dinámicas que permiten continuar enfrentando la problemática por sí mismos.
Programas como éste son la alternativa a medidas tradicionales como proveer alimentos o costosas campañas mediáticas que pretenden cambiar conductas cual inyección hipodérmica, que por décadas ha demostrado ser un gasto y no una real inversión, simplemente apagafuegos, cortoplacistas e inefectivas. El programa 36 Meses Cero Desnutrición es todo un ejemplo de desarrollo social sostenible y culturalmente respetuoso que debe apoyarse y replicarse.
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