Sin ánimo de polemizar más de la cuenta, es interesante destacar que, desde que se decretó la Ley Orgánica del Tribunal Supremo Electoral de Guatemala en 1983, hasta el día de hoy, solo tres mujeres han sido titulares de esa magistratura. Durante 36 años solo una mujer ha llegado a ocupar el cargo de magistrada presidenta y solo dos mujeres más han sido vocales. A mí se me hace difícil pensar que un órgano copado básicamente por varones pueda tener la sensibilidad para promover cambios sustanciales que procuren una mayor participación política de la mujer. Espero estar equivocada.
Procesos electorales incluyentes es el nombre de la guía que se presentó. Es, además, un concepto potente que debe demandar nuestra atención. El evento abundó en información clave para aprender de otras experiencias y para que algunas mentes (majaderas como la mía) nos pusiéramos a hacer comparaciones necias.
El moderador del diálogo preguntó cómo fue posible que, en la elecciones pasadas, el Congreso de Costa Rica alcanzara un 45.6 % de mujeres diputadas. La magistrada Zamora explicó que en 1952 se estableció en Costa Rica el régimen de cuotas del 40 % por razón de género con aplicación directa en tres ámbitos: en las delegaciones, en los órganos de dirección partidaria y en las nóminas o listas de candidaturas a cargos de elección popular. Pero no fue sino hasta en el 2009 cuando se adoptaron el principio de paridad y el mecanismo de alternancia. Además, se agregó un cuarto ámbito de aplicación: la obligación de paridad en las actividades de capacitación de los partidos políticos, financiadas con la contribución estatal.
Parece una receta muy simple: paridad, alternancia y obligación de paridad en la capacitación política. Pero para llegar allí es necesario que como sociedad estemos todos convencidos de que las mujeres tenemos los mismos derechos que los hombres. Y, más importante aún, el Estado, como garante de la ley, tiene el deber de hacer efectivos esos derechos.
¿Qué ha pasado en Guatemala?, se pregunta la necia. En la reforma reciente que se hizo a la Ley Electoral y de Partidos Políticos se propuso incluir la iniciativa de paridad y alternabilidad. Oh, sorpresa, fue rechazada en el Congreso (compuesto mayoritariamente por hombres). La necia recuerda, dándose cabezazos contra la mesa, que en una de las votaciones el insigne diputado bazofia, Linares Beltranena, dijo que las mujeres son un «accidente biológico».
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En ese contexto completamente adverso se propuso que al menos se aprobara una cuota por género. «Si no se lograba la paridad, teníamos la esperanza de que por lo menos entrara la cuota del 30 %», dijo la diputada Sandra Morán. Sin embargo, esta propuesta tampoco logró obtener los votos.
Nótese que en 1952 Costa Rica ya había aprobado una cuota de género del 40 % y 57 años después rectificó y concedió la paridad y la alternabilidad. Guatemala en el 2017 no logra consenso para una cuota de género del 30 %. La cuota es ridícula y ya se ha demostrado que ese mecanismo no funciona, pero en Guatemala ni siquiera se atreven a dar este paso. A este ritmo ni siquiera mis tataratataranietas van a ver el cambio.
De ahí que no sea casualidad que en el actual Congreso de Guatemala solo el 16 % sean mujeres (26 de 158 curules). Y la cosa se pone peor. Según cifras de Mirador Electoral, en el 2015 solo un 18 % de todos los cargos populares fueron ocupados por mujeres. Entre estos, de las 338 alcaldías solo ocho mujeres fueron elegidas. Y en las 28 secretarías generales de partidos políticos inscritos en las elecciones pasadas solo cuatro mujeres ocuparon ese cargo. Si notan estas cifras, en ningún caso la participación de la mujer supera el 20 %. De ahí que los honorables diputados no quisieran aprobar la ridícula cuota del 30 %.
Como ven, el panorama para garantizar procesos electorales incluyentes no puede ser más desolador. Incluso hoy, cuando se vislumbra que una mujer puede llegar a ser presidenta de la nación, hay que insistir en que más mujeres se postulen al Congreso. Solo desde el Legislativo se pueden cambiar estas leyes arcaicas. Por eso aplaudo que mujeres controversiales como Evelyn Morataya se postulen a diputadas. Mientras más mujeres participen, más opción habrá de que algunas de ellas lleguen a ocupar una curul del Congreso.
Necia seré, pero estoy segura de que esta realidad no lo van a cambiar los machos.
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