Cuando hablamos de defensores y defensoras de derechos humanos hablamos, ante todo, de luchas y resistencias a lo largo y ancho del país. Sea por el agua, por el territorio, por los derechos de las mujeres, por las identidades, por la educación, por la memoria o por la justicia, los derechos humanos se han convertido en principios de nuestras sociedades. Estos principios, asumidos por los países democráticos, no se han respetado siempre. Se ha procesado a muchos activistas por terrorismo...
Cuando hablamos de defensores y defensoras de derechos humanos hablamos, ante todo, de luchas y resistencias a lo largo y ancho del país. Sea por el agua, por el territorio, por los derechos de las mujeres, por las identidades, por la educación, por la memoria o por la justicia, los derechos humanos se han convertido en principios de nuestras sociedades. Estos principios, asumidos por los países democráticos, no se han respetado siempre. Se ha procesado a muchos activistas por terrorismo, se los ha criminalizado desde los discursos oficiales y se los ha tratado como enemigos, los nuevos enemigos internos.
En otras palabras, la violencia política nunca ha desaparecido en Guatemala. Mientras exista un Estado indiferente a los problemas y a los procesos de decisión de sus propios ciudadanos, la violencia —en todas sus formas— será el único medio por el cual el Estado y el poder podrán imponerse. En un país donde los intereses del Estado poco tienen que ver con los intereses más elementales de su población, los derechos humanos serán pisoteados una y otra vez. La justificación siempre será el desarrollo, el progreso, y se encontrarán otras razones para siempre intentar de legitimar las acciones violentas.
Sin embargo, es difícil que la vía de la violencia contenga las voces y las voluntades de una vida digna. Por lo tanto, no amengua las rebeldías. Aunque este sea un país que esconde las luchas, y antes de reconocerlas como luchas de todos las critica, hay muchos hombres y muchas mujeres cuya vida ha cambiado por defender sus derechos, por enfrentarse a empresas o por reclamar justicia.
Por eso creo oportuna la campaña que comienza hoy con el apoyo de organizaciones internacionales y nacionales. La alianza entre Oxfam, CIIDH, Calas, CUC y Sedem, entre muchos otros, busca dignificar el trabajo de aquellas personas que en sus luchas diarias defienden los derechos humanos de su comunidad y, en muchas ocasiones, sin saberlo, de muchos de nosotros.
De manera especial, para la capital será momento de conocer los rostros de quienes están en otros lugares de este país. Son ellos a quienes los medios de comunicación tradicionales y los columnistas (hoy también defensores de la libertad de expresión) muchas veces retratan como delincuentes, bochincheros, terroristas. Vale la pena recordarlo.
Más de este autor