Al crear objetivos de guerra, el poder captura las multiplicidades en la razón reaccionaria; articula discursos, dirige mentalidades, manipula voluntades. Esta razón no puede ser captada como una esencia conceptual universalmente indistinguible. Más que unívoca y linealmente, sus rasgos prístinos se identifican en elementos diagramáticos y estratégicos propios de un análisis político hipercontextual. Veamos tres ejemplos mínimos:
Primero: al estudiar los rastros antropohistóricos de la razón reaccionaria, puede afirmarse que esta no se reduce únicamente al conservadurismo de derechas. Tan reaccionario es aquel neoliberal que no pude decir palabra sin encontrar en el socialismo la puerta al infierno, como el comunista dogmático que pinta a los otros con sangrantes colmillos. Sin el enemigo de guerra se mutila la dialéctica de los opuestos.
Como modelos teóricos, socialismo y capitalismo son inexistentes; hay que entenderlos como procesos y realidades históricas. Una teoría sin historia opuesta a otra teoría sin historia es un maridaje codependiente. El bizantino debate sobre el mejor de los modelos no solo es absurdo sino en extremo peligroso.
Cosas terribles suceden cuando son implantados modelos que, utópicamente ideales, se oponen a otros distrópicamente perversos. Las víctimas mortales producidas por la implantación perversa de las teorías son equiparables. Las muertes de la Unión Soviética no fueron menos que las muertes que el mundo liberal considera como costos colaterales del enriquecimiento (véase como mínimo el ejemplo de liberalismo finquero guatemalteco).
Segundo: similar cosa sucede con la clausura del debate “democracia versus totalitarismo”. Las manifestaciones más totalitarias de imposición de la política son practicadas por aquellos que abogan por la instauración del modelo liberal democrático y la creación de sociedades abiertas.
Si las posiciones críticas hacen el cuestionamiento de cómo ha sido impuesto este modelo en una sociedad como la guatemalteca, la mente reaccionaria del demócrata responde acusando de autoritario a su interlocutor. La democracia liberal y las sociedades abiertas existen únicamente como una serie de referentes normativos y teóricos que se han acoplado de mejor forma a determinantes históricas, económicas y culturales de las sociedades occidentales, con base en una reiterada práctica de imposición de lógicas coloniales en el resto del orbe. La mayoría de sociedades “democráticas” se han construido declarando lucha a muerte y estableciendo dominio sostenido sobre aquellos políticamente diferentes.
Tercero: recientemente, el sector más reaccionario de la Iglesia (el opus dei) hace una operación similar. En el foro de la Conferencia Episcopal de Guatemala se dividió al mundo entre justos (aquellas personas con valores, buenas, que persiguen la santidad) y pecadores (las personas sin valores, malas, laicas y modernas).
La alteridad fue no solo satanizada, sino medicalizada. A los otros, enemigos que por naturaleza amenazan la santidad de la familia y la inocencia de los niños, habrá que curarlos o tratarlos preventivamente en un rígido sistema de abstención y fidelidad.
Si se recapitulan esos mínimos gestos del pensamiento reaccionario, puede proponerse a modo de hipótesis que: a) este depende de enemigos universales esencializados en abstracciones conceptuales que dividen el mundo en utopía y distropía; b) una vez identificada su antítesis, es inflada la potencialidad de su amenaza: el otro encarna la causa de una intimidante (y funcional) crisis que pone en riesgo la seguridad, el bienestar, el orden, la paz; c) el reaccionario se harta del miedo y el odio, se odia al enemigo como (re)acción “defensiva”: la guerra es declarada; d) las miradas del pueblo, llenas del contagiado odio y temor a la crisis, son dirigidas al deseo de muerte del otro; e) el soberano gobierna fácilmente enardeciendo al tumulto infestado de pensamiento reaccionario.
Más de este autor