Lo único claro del discurso es que Otto Pérez Molina sigue cual candidato en campaña y que habla y gesticula como tal. Vendió la imagen de hombre de carácter y decisión y atiborró con su estribillo de «mano dura, cabeza y corazón». Carácter y decisión eran todo el contenido de su propuesta de gobierno. Tres años y meses después, ni siquiera eso pudo imprimirle a su quehacer, menos aún a su intercambio con la sociedad.
Querer tapar el sol con un dedo, como dice el refrán, es lo que intenta el gobernante al no mencionar que el secretario privado no es cualquier secretario. Es el secretario privado de la vicepresidenta de la República, esa mujer a la que confió la formación del partido político que lo llevó al Congreso y luego a la Presidencia, esa mujer que desarrolló liderazgo en el Congreso para elevarlo a la silla presidencial, esa mujer que llegó a ser su segunda en la Presidencia y la secretaria general del partido que los cobijó. Es decir, no es un funcionario anodino. Es alguien de la estricta confianza de la funcionaria y alguien cuyo quehacer no solo no era ajeno, sino que también, ni duda cabe, era parte de la arquitectura de impunidad que han levantado.
Pero no solo intenta lavar la cara al obviar el vínculo. Ahora resulta que el problema es el funcionamiento de la institución en la que se montaron y que todo se resuelve con las propuestas de una comisión. Entonces, como si nos estuviera descubriendo el mundo, plantea que él, siempre él, ha tomado «la decisión de integrar una comisión» que estudiará los mecanismos de reforma de la Superintendencia de Administración Tributaria (SAT). Ahora, entonces, también quiere legislar y pasarse las funciones legislativas por la puerta del cuartel.
Como si con eso quedara resuelto el problema de fondo: la existencia de organizaciones políticas que se arman para asaltar el poder y con ello repartirse lo poco que queda del erario. Robar a manos llenas parece ser la única consigna que llevan estos grupos, de los cuales la banda que tiene por alias Partido Patriota (PP) la ha ejercido con creces.
Y mientras según su cabecita estamos pendientes de la dichosa comisión, por otro lado, sigue pataleando. A la fecha no ha enviado la carta que solicita la ampliación del mandato de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig). No hay explicación lógica al respecto, más que un intento de modificar tramposamente el mandato y dejar del lado de la entidad la negativa a continuar con los espacios reducidos.
Anda también ultravigilando marchas. Mediante el uso arbitrario de cámaras de reconocimiento biométrico y drones cubrió la concentración del 25 de abril y provocó la caída de los sistemas de comunicación celular. Ha vigilado con drones a las piqueteras y a los piqueteros que día tras día le reclaman a las 13:00 y 17:00 horas que renuncie.
Pero, lejos de menguar, el descontento crece y la demanda se sostiene: #RenuncienYa. Porque la corruptela y el robo de los cuales la sociedad ha sido víctima es imperdonable. Sostenerse a puro tubo solo hará más grande el estercolero en que ahora patinan él y su cohorte en el Gobierno. El ahogado patalea para intentar salvarse, y en realidad se hunde cada vez más.
Toca a la sociedad mantener la voz en alto y reclamar no solo la renuncia, sino también la devolución de todos los bienes mal habidos, así como el indispensable proceso que penalice las muertes en hospitales y la desnutrición acumulada, así como la represión abusiva.
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