Una de las víctimas del miércoles fue Geovanni, un niño de seis años de edad que falleció soterrado junto con otros en la arenera donde trabajaban. El sismo causó el desplome de un paredón y no hubo manera de escapar. Un día después, las fuerzas de socorro seguían intentando rescatar los cuerpos. No dejo de pensar en por qué había un niño de seis años trabajando en una arenera. Por sí misma, la extracción de arena u otros materiales de manera informal es una actividad riesgosa, mucho más para un niño. ¿Por qué los propietarios consienten estas prácticas? ¿Por qué no se les sanciona? Me hace recordar el reportaje de Plaza Pública sobre los cortadores de caña. ¿Será la excusa que “los niños en esta época están de vacaciones”? ¿Será la excusa de que “los padres los traen y no les podemos decir que no”? ¿Que será lo que hace que existan escenarios tan injustos como que un niño muera en una arenera? ¿Será que es necesario que alguien muera para que nos cuestionemos lo ingrato de esta situación?
El miércoles, después del susto del momento, empecé a escuchar y a leer las noticias y mi angustia fue grande. Hoy, al escribir esto, el número de fallecidos ya pasa de 40. Las imágenes de los daños en San Marcos son fuertes, son terribles. Empiezan los esfuerzos para recuperarse y empiezan a escucharse las historias más tristes. No se había sentido un sismo de esta magnitud desde 1976. Yo ni estaba viva en ese año, pero he escuchado suficientes historias como para tener siempre un poco de temor. Esta vez, la profundidad a la que se originó el sismo y el lugar del epicentro fue lo que marcó la diferencia. Me preguntó si estaríamos listos para afrontar un desastre del tamaño del 76. La respuesta que ronda en mi cabeza es NO. Es cierto que los desastres naturales no pueden preverse, que no puede uno esperar salir totalmente invicto cuando pasa algo como un terremoto, pero hay medidas que se deben tomar siempre. Sobre todo cuando sabemos que nuestro país es tan vulnerable geográficamente.
Mientras escribo esto, en el Hospital de San Marcos, cientos de personas heridas esperan ser atendidas. En un comunicado del Gobierno se decía que el sistema de salud estaba preparado para atender la emergencia. No sabía si reír o llorar, cuando todos sabemos que el sistema de salud a nivel nacional apenas logra lidiar con las emergencias del día a día. Los caminos y carreteras fueron dañados y afectados por derrumbes. Tomará días, sino es que meses, restablecerlos. Sin embargo, el Ministerio de Salud Pública continúa siendo un hervidero de corrupción y malos manejos y el Ministerio de Comunicaciones es otro que se llevaría premio si hubiera concurso del más corrupto.
En momentos como estos, nos damos cuenta una vez más, que la corrupción y la negligencia afectan de maneras insospechadas. Afecta a quienes están en situaciones más precarias, a las personas de áreas rurales, a quienes no pueden pagar hospitales privados. Afecta a esos niños que trabajan mientras todos se hacen de la vista gorda de los riesgos que esto conlleva, encima de ser una ilegalidad. Afecta a las fuerzas de socorro, que no tienen un presupuesto adecuado para efectuar sus tareas, que son de las más arduas y admirables. Hace unos días se aprobó la Ley Contra el Enriquecimiento Ilícito, conocida como la Ley Anti Corrupción. No es perfecta, no es a prueba de mafias, pero sí es un instrumento útil. Como ciudadanos, que nos sirva esta experiencia para demandar su aplicación. Guatemala no se puede dar el lujo de seguir perdiendo vidas por no tener los recursos donde realmente se necesitan, por no aplicar las leyes, por no tener los recursos donde más se necesitan.
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