Basta ver nuestra lista de prioridades o a qué le prestamos atención. Por ejemplo, en estos días, se han publicado varios informes. Y entre discutir el del Gobierno, el Informe Regional de Desarrollo Humano, el de Educación para Todos, encargado por la Unesco, o el del Inacif, escogemos el del Inacif.
Del de Educación para Todos es una pena que no hayamos oído más cosas, porque hay datos que alimentarían un poco nuestra sensación de excepcionalidad.
Las comparaciones son odiosas, sobre todo cuando uno es el feo. Pero en educación resulta que somos ejemplares. No es que no existan otros países que se nos acerquen, pero aparecemos como ejemplo de algo casi en cada párrafo del destacado que le dedican a América Latina y el Caribe. En varios, lo somos de desigualdad.
“En general”, dice el informe, “los países más atrasados en secundaria son los que han avanzado más deprisa”. “En Guatemala”, continúa, “la desigualdad se mantuvo a un nivel muy elevado, pues solo el 28% de las jóvenes del medio rural recibían formación de enseñanza secundaria, frente al 62% de las jóvenes del medio urbano”. “En Guatemala”, dice más adelante, “casi las tres cuartas partes de los niños de hogares ricos alcanzan el nivel de conocimientos básicos, frente a solo la cuarta parte de los hogares más pobres, principalmente por el hecho de que no consiguen finalizar la primaria”.
Subrayemos lo que esto significa: que solo algo más de una cuarta parte de nuestros niños ricos, por usar el lenguaje del informe, sea incompetente en lenguaje y matemáticas habla bien de nuestro sistema educativo y de los colegios privados y contribuye a entender por qué no nos cuadra el presupuesto y en el Parlamento apenas se logra parlamentar. Mientras tanto, el dato acerca de los pobres refuerza nuestra idea de que aquí, el prestigio y el dinero se reparten de acuerdo a los méritos de cada uno. Hace bien el sistema en distribuir los recursos económicos como los distribuye, según el desglose que hizo el economista Juan Miguel Goyzueta.
Estas cifras subrayan que es la fórmula más eficiente, aunque todavía no hay una explicación sencilla a por qué una buena cantidad de escuelas públicas aparecen, según investigaciones académicas, en el rango medio de calidad, por encima de muchas privadas.
En otra parte del informe, somos útiles para aleccionar sobre la discriminación. “En Guatemala, solo el 47% de los alumnos hablantes de lenguas minoritarias en el medio rural pobre alcanzan el nivel mínimo en matemáticas, frente al 80% de los alumnos hispanohablantes en el medio urbano rico”.
Y aún en otra más, servimos para ilustrar la brecha entre escolarización y finalización de la primaria. Aunque en 2010 un 98% de los niños estaban matriculados, solo terminaban la primaria un 79%. La cosa es que desde entonces la matrícula ha caído alrededor de un 9% y quién sabe si todavía seremos ejemplo de esto.
Pero es natural que, ante tanto informe internacional que nos describe con el escepticismo (o con la envidia) con que se describen las rarezas y nos presiona (hipócritamente) para que modifiquemos lo que nos hace especiales, cedamos un poco en nuestra originalidad y rebeldía, y regresemos un paso hacia la normalidad y la media. Es natural que a veces tengamos momentos de flaqueza, debilidades, tentaciones, y se armen debates y la gente empiece a opinar una cosa y otra y otra y otra y ver problemas donde solo hay solidez y nos diga que somos una elite burlada que paga mucho por una educación mala. Que nos preguntemos, al ver tanta miseria alrededor, tanto muerto de hambre, si algo no estará fallando, si estaremos en lo correcto.
Pero luego recordamos nuestra condición de incomprendidos y nos repetimos que la desigualdad y la pobreza son las circunstancias originales de las sociedades y del hombre. Y también recordamos que nuestra segunda mayor virtud es la tenacidad, la perseverancia. Y que lo mejor es no cambiar, no cambiar nunca, mantenerse fiel a uno mismo, porque si cambiamos podríamos descubrir que todo este tiempo estuvimos equivocados.