Se sabe que las rutas de la cocaína atraviesan Guatemala. En el 2004, aproximadamente el 10 por ciento de la cocaina producida en los Andes con destino a EEUU, pasó por tierra guatemalteca. En el 2011, luego de un cambio en políticas estadounidenses de prohibición o penalización, se estima que un 90 de la cocaína pasó por Guatemala. Un efecto de este incremento dramático es el alza en el consumo de cocaína y crack en la Ciudad de Guatemala. Países de tráfico tienden a volverse países de consumo. Otro efecto es la proliferación de centros de rehabilitación en el país y principalmente en la ciudad de Guatemala. Estos generalmente son administradas por cristianos pentecostales.
Los “centros” o “casas hogar” son informales, carecen de regulación gubernamental y en su mayoría poseen finalidades lucrativas. En estos lugares, agentes del sistema judicial, personas asociadas a los centros, y principalmente familiares, internan a personas consumidoras y con adicciones (muchas veces en contra de su voluntad). Las internan con el fin de una “rehabilitación,” y con el propósito de fortalecer la seguridad ciudadana. Un oficial de la Policía Nacional Civil mencionó: “Si esas personas estuvieran en las calles, se drogarían, robarian e inclusive matarían”. Este oficial se refiere a una lógica sencilla y contagiosa que trae consigo por lo menos un efecto claro: se estima que actualmente existen más guatemaltecos dentro de los centros de rehabilitación que en la prisión. Actualmente hay alrededor de 200 centros en el país.
Los centros de rehabilitación pentecostales se han vuelto una solución aceptada para resolver un problema dinámico. La policía utiliza los centros como recurso. Las familias necesitan estos lugares. Algunas Iglesias se benefician de los centros, financieramente y espiritualmente. De cierto modo, los usuarios detenidos son de los pocos críticos.
Dentro de los centros, se le exige a los internos “cambiar” sus hábitos y su corazón. Muchos confiesan que lo que más desean es salir de los centros, pero entienden que sus opciones son limitadas. Las opciones se reducen a tres: “el encierro, la calle, o la muerte”.
Muchas Iglesias pentecostales aseguran que el encierro es en sí liberación – que una esclavitud (en centros) es una salvación (del consumo). Al final del día, el efecto de los centros es claramente político. Los centros de rehabilitación remueven (efectivamente desaparecen) a miles de usuarios de la ciudad, organizando así la geografía carcelaria de la Ciudad de Guatemala.
Las fotos de esta galería virtual reflejan la experiencia humana cuando las drogas, una lógica de seguridad y el cristianismo convergen.
* Benjamin Fogarty-Valenzuela es estudiante de doctorado en el departamento de antropología de la Universidad de Princeton, Estados Unidos. Originario de Guatemala, se dedica al trabajo fotográfico y actualmente investiga en Brasil y Guatemala.
Kevin Lewis O’Neill es profesor en la Universidad de Toronto. Como antropólogo, se ha dedicado a la investigación académica en Guatemala por más de una década.
Esta investigación recibe apoyo de Open Society Foundation.