Mejor noticia no pudimos haber recibido los verapacenses y los landivarianos del Campus San Pedro Claver, S.J. porque, en Verapaz, monseñor Valenzuela ha conducido la diócesis en el periodo de la postguerra como era y es preciso hacerlo, y en nuestro Campus, porque funge como Miembro del Consejo Consultivo, y sus visitas siempre son como lluvia de mayo cuando ha pasado el caluroso abril.
La buena nueva llegó acompañada de otra gran alegría, el mensaje de la Conferencia Episcopal de Guatemala: Cristo Jesús, nuestra esperanza. Excelente augurio porque este mensaje resalta la inquietud de los señores prelados en relación al deterioro de los valores morales, la pobreza y la violencia que vive el país y, ya era tiempo que la Conferencia volviera sus ojos hacia esos escenarios. Digo que ya era tiempo porque después de la firma de los Acuerdos de Paz, los guatemaltecos percibimos cierto nivel de acomodamiento en los señores obispos, condición que se injertó en el clero joven, generando alguna o mucha falta de compromiso con los más necesitados. (Véase mi columna Apóstoles de asfalto del 24 de octubre del 2011).
Por supuesto que no en todas las diócesis fue igual, pero, a nivel nacional, se comenzó a suspirar por obispos de la talla de monseñor Juan José Gerardi Conedera, Gerardo Flores Reyes, Mario Ríos Montt, Próspero Penados del Barrio, Luis Manresa y Formosa, y Rodolfo Quezada Toruño (especialmente cuando era el Conciliador en el proceso de paz y obispo de Zacapa). Y tuvimos la sensación, —Iglesia adentro—, que monseñor Álvaro Ramazzini se había quedado solo (y hecho casi un quijote). Ciertos traslados de obispos como el de monseñor Julio Cabrera a Jalapa —entresijos del Vaticano que aún no terminamos de entender—, nos parecieron, a los seglares, inexplicables.
La Diócesis de Verapaz fue un oasis. Monseñor Gerardo Flores, “El Obispo de los Pobres” como le llamó el pueblo-pueblo y “El Obispo Rojo” como le llamaron muchos finqueros del norte de Guatemala, preparó magistralmente su salida. Bien sabía que el final de la guerra, que no la llegada de la paz, significaría un parte aguas social, económico, político y religioso e indudablemente —aunque poco sabemos los laicos de los procedimientos para que el Santo Padre nomine un obispo (otro misterio del Vaticano) —, hizo lo posible para que se escogiera la mejor opción. En aquel momento, Monseñor Flores ya había cumplido 75 años.
Yo no conocía al entonces presbítero Rodolfo Valenzuela Núñez. Lo conocí una mañana cuando llegó a la casa del obispo Flores y allí, durante un sencillo desayuno, me enteré que era el —aún— Director del Seminario Nacional y recién nominado Obispo Coadjutor (Auxiliar con derecho a sucesión) de la Diócesis de Verapaz. Luego, nuestro siguiente encuentro fue durante su ordenación episcopal y el tercero en la pista de atletismo. Y por el deporte hizo su ingreso a la familia verapacense, sociedad difícil de entender para quien no conoce nuestra historia.
Las características de monseñor Valenzuela pueden resumirse en su sencillez, prudencia y capacidad de discernimiento. No falta en él esa chispa de vida que puede ser percibida a través de su mirada. Asimismo, contagia su alegría, ese regocijo que solamente provee el hecho de estar al servicio del bien.
Al obispo Gerardo Flores Reyes, su antecesor, le tocó vivir la guerra interna en los momentos más crudos y recios de la misma, y como un Bartolomé de las Casas del siglo XX, defendió la vida de los más pobres y desposeídos. Al obispo Rodolfo Valenzuela Núñez le está tocando la reconstrucción, la reedificación, la recuperación del entretejido social y gracias a Dios, lo está haciendo muy bien. Por eso nos alegramos de que haya sido elegido como nuevo Presidente de la Conferencia Episcopal. Sabemos que su manera de trabajar se reflejará en la Provincia Eclesiástica de Guatemala.
Nos alegramos también porque de nuevo habrá voz de los sin voz y las cartas pastorales El clamor por la tierra, Unidos en la esperanza y 500 años sembrando el Evangelio no serán recordadas como meros documentos históricos que alguna vez llamaron a la reflexión, sino considerados autos vigentes que dan paso a otros a tenor del hoy y ahora de Guatemala.
Indudablemente, la Conferencia Episcopal de Guatemala está recuperando su misión profética. La nominación de monseñor Valenzuela como su Presidente lo testifica.
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