Si bien a lo largo de estos dos últimos años hemos hablado suficiente sobre nuestro pasado reciente por los juicios sobre las violaciones a los derechos humanos, consideramos que periodísticamente es un deber contar y contextualizar los capítulos menos explicados o comprendidos de hace tan pocos años, como el de 1984, recogidos en el libro publicado por F&G Editores.
La represión por parte del Estado y grupos paraestatales en Guatemala fue tan atroz que es comprensible que después de la firma de los Acuerdos de Paz, las investigaciones y los debates se enfocaran en las víctimas. Fueron víctimas civiles desarmadas, que sufrieron en carne propia crímenes de lesa humanidad. Torturas, desapariciones, violaciones sexuales, robo de niños, esclavitud, masacres. Guatemala fue, para nuestro dolor y el dolor del resto de la humanidad, uno de los lugares más feroces del planeta entre 1978 y 1985, y lo sigue siendo hoy, con otros matices, por las consecuencias de esos sucesos.
Diecisiete años después de la firma de la paz y varias generaciones después, no obstante, también es tiempo de hablar de otros temas de ese pasado de la guerra civil guatemalteca. Muchas víctimas no tenían nada que ver con las guerrillas, pero muchas otras víctimas –como Vitalino Girón, el decano comunista del reportaje, asesinado en 1984– sí tenían ideología y simpatía con el cambio social. Hubo personas detrás de los cuerpos de represión –como Héctor Bol de la Cruz, el coronel sobre el que trata el reportaje, que dirigió el Archivo de la Policía Nacional entre 1983 y 1985-, que vigilaban a la ciudadanía con minuciosidad comparables a los de policía secreta de la Alemania comunista, la Stasi. Hubo personas en medio –como el rector Eduardo Meyer–, que por miedo a ser asesinadas o por ambición personal fingían apoyar a las esposas de desaparecidos y les pedía que dejaran de reclamar, pero por otro lado mantenía relaciones con los militares para limpiar a la Usac del marxismo.
De esas personas se ha escrito poco, y es tiempo de hacerlo fuera de posturas o sin trincheras ideológicas y con base en evidencias. Pilar Crespo y Asier Andrés, dos españoles que llegaron a Guatemala hace cinco años para hacer periodismo, se lanzaron al reto de escudriñar el Archivo Histórico de la Policía Nacional, dirigido muy profesionalmente por Gustavo Meoño, y conectar los puntos. Esa tarea periodística indispensable y en extinción, ayuda explicar cómo era la vida en la Ciudad de Guatemala de 1984.
Nos muestran que los personajes eran vulnerables, de carne y hueso, con virtudes y defectos, y entrelíneas reclaman a la historia que el Estado de Guatemala haya cometido tantos asesinatos inútiles. Asesinatos que –nos debería indignar a todos– se cometieron únicamente por motivos políticos, cuando en realidad, en una guerra, los asesinatos deberían ser por motivos militares.