A su regreso les di la bienvenida con una pataleta de varias horas y ni el peluche enorme que me trajeron fue suficiente para calmarme. Así fue como fui al circo por primera vez, porque de resarcimiento me llevaron al que estaba en ese momento en el Campo Marte, me subieron al elefante y me tomaron una foto con dos hermanos sonrientes, uno adelante y atrás mía.
Regresé al circo 25 años después. Era el mismo de mis recuerdos infantiles, pero según dicen, más limpio y con asientos más cómodos. En la función no éramos más de 20 personas, el espectáculo fue exclusivamente para nosotros. Me maravillé con las trapecistas que daban giros en el aire sin ningún temor, que tenían la fuerza de mantenerse suspendidas en el aire de un solo brazo o de sus pies, eran mujeres que giraban en lo alto. Dos jóvenes malabaristas nos sorprendieron al hacer un show en donde se robaban los malabares del otro, además del sombrero. ¡La mujer de los aros! Solo con el movimiento de su cuerpo podía hacer subir y bajar los aros, desde su pecho hasta sus pies.
Pensaba en el trabajo de todos los hombres y mujeres que se dedican a vivir alrededor de las funciones de los circos. Ensayar, lograr la perfección en los aires, hacer reír a quien te escucha, mantener una relación con los animales que son parte del circo, no ha de ser para nada una tarea fácil. Se ha de trabajar mucho para lograr mantener el equilibrio, para no perder el control con los tigres de bengala. Vivir en un circo no es cosa fácil en un mundo en el que cada vez más se valora menos los espectáculos de carne y hueso –la vida-, o en un mundo en el que todo pasa muy rápido, sin tiempo para detenerse y asombrarse de lo que el esfuerzo y la perseverancia puede hacer en el hombre y la mujer.
Aun si trato de mantener mi mente concentrada en el payaso, no puedo abstraerme por completo de lo que pasó esta semana en Guatemala. Los votos de tres magistrados de la Corte de Constitucionalidad –ROBERTO MOLINA BARRETO, HÉCTOR HUGO PÉREZ AGUILERA Y ALEJANDRO MALDONADO AGUIRRE– evidencian lo alejada que está la política de intereses de la voluntad ciudadana. Son tres votos que nos hacen de nuevo caer en la cuenta que en Guatemala no hay esperanza que se sostenga si tiene que ser parte de funcionarios que responden a otras voluntades, más allá de la voluntad de la rectitud, honradez y honorabilidad. La defensa de este Estado es la defensa de estos hombres hechos políticos para mantener la situación que vivimos hoy. De defender, será otro Estado y otra institucionalidad que no permita que el coraje y la valentía sea una voz ahogada entre manos sucias de pisto malganado, de glorias de fachada, de estadosdederecho de papel, de título de abogados de por balde, cuando no de sangre, de impunidad, de genocidios. Los 13 Magistrados de Corte Suprema, y los demás de Cortes de Apelaciones, hoy juramentados por un Congreso que le falta credibilidad ante todo, que sepan que no son respaldados por mucha gente.
Pienso, mientras salgo del circo, que la gente que acabo de ver es digna, que el circo es un espacio que se mantiene a través del tiempo, siendo fiel a quien se quiere ser. La Corte de Constitucionalidad –la poderosa, la de los tres votos–, no es circo, para nada. La Corte de Constitucionalidad –la poderosa, la de los tres votos–, es de nuevo el lugar en donde se sentenció a Guatemala a ser un país de vergüenza. Ni trabajo, ni esfuerzo, ni valor antes las alturas, ni domadores de tigres, solo vergüenza.
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