El número de casos conocidos ha aumentado ostensiblemente. Hay dos factores fundamentales para ello: las pruebas se están corriendo en mayor número (por lo que tenemos más y mejores diagnósticos) y los contagios son más frecuentes. La encrucijada que tenemos enfrente es muy clara: o salimos juntos del túnel o nos hundimos todos en un abismo.
Quienes hemos practicado el atletismo, un medio maratón por ejemplo, sabemos que los últimos seis kilómetros son cruciales. Se sufre de ansiedad, de dolores, de sensaciones de desfallecimiento, y frecuentemente se nos presenta el deseo de abandonar la carrera. Pues, parangonando, estamos justamente en ese trecho final del impacto de la pandemia. Y debemos salir bien librados de ese intervalo para afrontar el porvenir, pues el coronavirus llegó para quedarse.
Es también el momento de atajar las noxas que ya nos están sobreviniendo debido al lapso en que estamos. Me refiero a los factores exógenos o endógenos (de nuestro organismo) que pueden provocar en nosotros una alteración psicológica o una enfermedad orgánica diferente a la provocada por el coronavirus.
Veamos ejemplos.
De marzo para acá, nuestra capacidad de locomoción ha disminuido por necesidad de sobrevivencia. Y, de acuerdo con la etología (la ciencia que estudia el comportamiento y la conducta animal, además del comportamiento y la conducta del ser humano), toda limitación del espacio real y de la movilidad genera ira (en tanto enojo o furia como emoción que se traduce en resentimiento o irritabilidad). Pero hay causas más importantes: se trata de los miedos. En este caso, nuestros temores están basados en la incertidumbre económica y en la incertidumbre de la salud.
De tal manera, en este último trecho del confinamiento la ira será un monstruito contra el cual habremos de luchar codo a codo a la par de nuestras familias o de aquellos con quienes convivimos a diario.
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Si ustedes se percatan, estimados lectores, las redes sociales están más saturadas de insultos, ataques y agresiones que durante la recién concluida campaña política. Y junto con las iras podemos entrever esa parte de la realidad golpeada en los corazones de quienes generan los bulos, las fake news y los insultos.
Revisando en las redes todas esas noxas, recordé una metáfora. Se trata de La alegoría de la abeja y la mosca, del antropólogo Carlos Cabarrús, S. J. [1]. En las páginas 17 y 18 de la obra citada, Cabarrús explicita: «Los dos rostros de nuestro corazón nos hacen situarnos y comportarnos con nosotros mismos, con los otros, con el entorno y con Dios de maneras diferentes: como moscas o como abejas obreras. Darte cuenta de si eres mosca o abeja obrera te da pistas para comprender desde qué lado del corazón vives de ordinario. Las moscas están en el estiércol, en lo más sucio, y lo llevan a donde debe haber mayor limpieza […] Las abejas obreras extraen lo mejor de las flores y además producen la miel, que es un alimento nutritivo y un remedio fundamental para los demás».
Y un profesional de la psicología que conoce el libro me dijo el recién pasado miércoles 13 de mayo: «La condición que tenemos de ordinario —de abeja o de mosca— se acendra durante una crisis. Y de predominar la mosca, se manifiesta con pensamientos obsesivos en contra de una situación, de una persona, o en forma de prejuicios iterativos que nos llevan a vivir encolerizados».
Así las cosas, hago un ferviente llamado al Gobierno central, a los diputados, a los funcionarios públicos y a la población para que este último lapso del primer impacto de la pandemia lo enfrentemos juntos y en paz. No perdamos la lucidez, la suavidad y la paz, atributos humanos que Cabarrús exalta en la página 155 de su obra.
Hermanos guatemaltecos: no es el momento de pelear entre nosotros. Es el momento de la transparencia y la cordura.
* * *
[1] Cabarrús, Carlos Rafael (2006). La danza de los íntimos deseos. Siendo persona en plenitud. Bilbao: Desclée de Brouwer.
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