La actitud tomada por quienes protestaron en nombre de la moral y la fe dista mucho de una actitud cristiana y coherente.
Me recordaron estos arcaicos personajes una historia real sucedida en un pueblecito del Suroriente de Guatemala donde, en los años sesenta del siglo pasado, un grupo de pobladores radicales y conservadores, censuraban cuanto se les ocurría: fiestas, bailes, vestidos de quinceañeras y procesiones incluso. Todo debía ser de acuerdo a las normas morales dictadas por ellos. Representaban —decían— a un apócrifo Tata cura que visitaba la iglesia del lugar cada año.
Un día, llegó a la casa parroquial un paisano vestido con pantalón vaquero, botas y sombrero de petate. Habló con el sacristán y sin nadie saber por qué, 24 horas después comenzaron a invitar a los jóvenes del lugar para que asistieran al convento aledaño a disfrutar de una película de Elvis Presley que sería exhibida el siguiente domingo.
El grupo de moralistas (¿?) no se hizo esperar. Furibundos, abordaron al hombre de pantalón vaquero y, en nombre del Tata cura, lo conminaron a no profanar el —para ellos— recinto sacro. El paisano se les plantó diciéndoles: “A partir de hoy, ni Tata curas ni tatacurazos, el nuevo párroco soy yo”.
La película se exhibió ante un lleno completo.
De vuelta al siglo XXI, según la prensa escrita, el ministro de cultura Carlos Batzín dijo que “sabía algo de la cancelación”, Hipólito Maldonado, director del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, que “la Secretaría Presidencial de la Mujer había cancelado la develación por razones mayores” y Elizabeth Quiroa, jefa de la Seprem adujo que la escultura había generado cierta polémica y se deseaba “un marco apropiado para todas las personas”. Pero, de acuerdo a los rotativos, no pudo decir por orden de quién ni por qué se canceló el acto.
Yo me pregunto: ¿A título de qué estos émulos de Torquemada llegaron al extremo de colocar una envoltura negra a la escultura de Gallardo? y, ¿cuáles fueron las razones para argumentar que ofende al cristianismo? Tanto el ministro de Cultura como la jefa de la Seprem deben dar una explicación más racional o, habremos caído en la cuenta de que el tacuche les queda demasiado grande. Ambos zafaron bulto en cuanto la responsabilidad de la cancelación de la develación.
De acuerdo a lo noticiado, otros gimoteos de los cuasi inquisidores fueron: “Que la escultura atenta contra el pudor e insulta la religión”. Nuevamente pregunto: ¿Cuál religión?, y, ¿quién se atribuyó el liderazgo de esa religión? Yo soy cristiano católico y la única persona que puede hablar en nombre de mi Iglesia es nuestro obispo o el Papa. Ninguno de los dos u otro prelado se ha pronunciado negativamente contra la obra. Intuyo que fue un grupo similar a quienes en el Suroriente, en el siglo pasado, suplantaban al párroco bajo la figura del Tata cura repartiendo tatacurazos a diestra y siniestra.
Para esos obcecados u obcecadas: ¿Acaso Dios tiene una connotación sexual exclusivamente masculina?; ¿no tienen idea del concepto de Dios Padre y Madre?; ¿acaso no han crucificado y más a cientos de miles de mujeres desde el inicio del conflicto armado interno hasta la actualidad? E invoco ese lapso por ser el más conocido.
Lo sucedido con la escultura de Manolo Gallardo retrata tal cual a un considerable sector de nuestra sociedad: Misógino, homofóbico, machista, intolerable e hipócrita. Bien valdría pedir a las instituciones que trabajan en la investigación sobre cómo viajar en el tiempo un pasaje gratis y sin retorno al siglo XIV para esas personas. En esa época no serían tan nocivas.
Para finalizar, estoy seguro de que al Crucificado le habría gustado más que la escultura se develara y no contemplar ese rasgarse las vestiduras de quienes, con golpes de pecho y actos farisaicos, pretenden comprar una cuota de salvación.
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