A Sócrates se le atribuye algo muy similar. En la Apología de Sócrates escrita por Platón, hay un pasaje en el que Sócrates dice: “Este hombre, por una parte, cree que sabe algo, mientras que no sabe nada. Por otra parte, yo, que igualmente no sé nada, tampoco creo saber algo.” Este pasaje es el origen de la famosa (pero imprecisa) frase: “Yo sólo sé que no sé nada.”
Si a usted le pidieran que enumerara tres cosas de las cuales está absolutamente seguro, ¿qué respondería? Y más importante aún, ¿cuáles serían sus evidencias para respaldar tales afirmaciones? Haga la prueba. Tome una hoja de papel cualquiera y haga una lista. Tómese todo el tiempo que necesite para pensar.
Si hizo bien el ejercicio y meditó cuidadosamente sus respuestas, probablemente se dio cuenta de algo (o quizás ya lo sabía): existen muy pocas cosas que usted—o cualquier otra persona—puede asegurar con certeza absoluta. En primer lugar, nunca podemos estar totalmente seguros de que percibimos la realidad exactamente como es. Este dilema (aparente o real) ha mantenido ocupados a muchos grandes pensadores a lo largo de la historia.
En sus Meditaciones metafísicas, René Descartes describe un escenario en el cual un “genio maligno” nos obliga a ser engañados sistemáticamente al habernos dotado de una naturaleza humana que nos hace creer que estamos en lo correcto cuando realmente estamos equivocados. Una adaptación contemporánea propone la existencia de un científico loco que mantiene nuestro cerebro adentro de una jarra de vidrio, inmerso en líquido y conectado a electrodos que emiten impulsos eléctricos idénticos a los que recibimos en condiciones normales. De esta manera, la realidad que percibimos es realmente una realidad simulada. Si esto le resulta muy similar a la premisa principal de la película The Matrix, no es casualidad—los hermanos Wachowski se inspiraron precisamente en esta línea de pensamiento filosófico para escribir su guión.
Mucho del pensamiento oriental está basado en la creencia en que nuestra experiencia de la realidad no nos llega directamente sino a través de una proyección de la misma. El propósito de alcanzar un estado de “iluminación” es precisamente llegar no sólo a comprender esto, sino a experimentarlo. Alcanzar un estado mental que nos permita ver intuitivamente que cualquier distinción entre consciencia y materia, entre mente y cuerpo, es una ilusión que afecta a los no iluminados. Irónicamente, esto es lo opuesto al dualismo que es tan central al pensamiento de Descartes.
En vista de esto, ¿de qué podemos estar seguros en esta vida? Veamos algunas de las respuestas más comunes:
- El cielo es azul.
- Yo existo.
- 2 + 2 = 4.
- Dios existe y me quiere.
- Mañana saldrá el Sol.
- Amo a mi esposo/a y sé que también me ama.
Para muchos, estas cosas son hechos irrefutables. Que 2 + 2 = 5 o que en realidad no existo es simplemente contradictorio y absurdo. Pero si nos ponemos a pensar detenida y cuidadosamente por un momento, podemos ver que todas asumen o presuponen algún tipo de información que requiere de evidencia para poder ser aceptada. Por ejemplo: cuando decimos que el cielo es azul, estamos asumiendo que los colores son propiedades físicas de la materia y que todos los seres conscientes los perciben de la misma manera. Cuando decimos que Dios existe y que nos ama estamos presuponiendo que hay algo en la realidad que puede ser llamado “Dios”, con ciertas características y capacidades como la de tener emociones (y generalmente la de crear universos de la nada).
El problema, entonces, radica en determinar cuáles de nuestras presuposiciones son verdaderas. Pero, ¿cómo lo hacemos? ¿Qué puede comprobarlas? En algunos casos es suficiente la lógica. En otros, la mejor forma de hacerlo, la más consistente y confiable, es a través de la investigación científica. Pero la lógica y la ciencia también asumen algo. ¿Cómo comprobamos que estas presunciones están justificadas o son verdaderas? Aparenta ser un problema de regresión infinita; simplemente es imposible hacer una aseveración sobre algún aspecto de nuestro universo sin hacer alguna presuposición.
Esto (entre otras cosas) ha hecho que varios intelectuales de persuasión postmoderna interpreten a la realidad como una que es totalmente relativa. No es únicamente que no podamos estar seguros de la realidad, es que cada quien la percibe e interpreta a su manera y como no hay forma de saber cuál es la verdadera, todas tienen igual validez. Aseguran que la ciencia es únicamente una "narrativa" entre muchas y que está a la misma altura que el vudú, la religión, la mitología o la cartomancia.
Me parece que tales extremos no están justificados. Podemos preguntar, por ejemplo, ¿cuántos peces hay en el mar en este momento exacto? Independientemente de lo que diga Juan (3.000), Ana (250.000.000) o Pedro (350.000); o de las altas dificultades metodológicas, hay una respuesta correcta, y es un simple número entero. Considerando lo que sí sabemos con algún grado de certeza, hasta podemos descartar algunas posibilidades. No parece correcto que 3.000 o 350.000 sean igual de adecuadas que 250.000.000, por ejemplo. Sin duda, esta respuesta está también equivocada, pero es más coherente con los hechos y se apega más a la realidad.
Nada de lo que he descrito hasta ahora debe de paralizarnos o quitarnos el sueño. Como nos dice Bertrand Russell, “Todos pudimos haber empezado a existir hace cinco minutos, dotados de memorias listas para ser usadas, con agujeros en nuestros calcetines y pelo que necesita un corte. Pero a pesar de que esta es una posibilidad lógica, nadie puede creerla.” El tipo de presunciones que hacemos en la lógica y en la ciencia nos ha permitido hacer muchas cosas. Además, en el caso de la ciencia, permiten que se pueda corregir a sí misma. Inventamos la agricultura, pusimos hombres en la Luna y sondas en Marte, fabricamos computadoras, curamos enfermedades y alargamos vidas. En resumen, hemos encontrado formas de manipular el mundo que nos resultan útiles (y otras que no tanto). Independientemente de su utilidad o valoración moral, la mejor prueba de que tienen alguna relación con la realidad es que funcionan. Si las órbitas de los planetas no se comportaran de acuerdo a las leyes descritas por Newton y Kepler, la reciente llegada de la sonda Curiosity al planeta rojo hubiera sido un desastre o un fracaso en lugar de ser el éxito rotundo que fue.
En fin, lo que más de 2.000 años de investigación científica y filosófica nos han enseñado es que lo único de lo que los humanos podemos tener certeza en esta vida y en este lugar que llamamos Universo es la incertidumbre; y gran parte de nuestros problemas como individuos y como sociedades pueden explicarse en términos de la forma en la que aceptamos o negamos esta condición. La investigación científica, aunque imperfecta, es la mejor forma de reducirla que la humanidad ha creado. De cualquier forma, lo importante es nunca perder el contacto con los límites de nuestra propia ignorancia. Unida a la duda constante y a la curiosidad, es el mejor camino hacia la sabiduría, si es que tal cosa existe.
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