Me pongo a investigar en internet y no encuentro mucho, salvo por una polémica que involucra al senador Marco Rubio, declaraciones de disidentes venezolanos y algo sobre el Papa.
Leyendo las acusaciones, de pronto descubro un secreto aterrador, el realismo fantástico de la política: Guatemala es un país comunista.
Veamos si podemos estar de acuerdo.
En el comunismo, como en Venezuela, se persigue a los defensores de los Derechos Humanos. Se allanan sus oficinas, se les pe...
Me pongo a investigar en internet y no encuentro mucho, salvo por una polémica que involucra al senador Marco Rubio, declaraciones de disidentes venezolanos y algo sobre el Papa.
Leyendo las acusaciones, de pronto descubro un secreto aterrador, el realismo fantástico de la política: Guatemala es un país comunista.
Veamos si podemos estar de acuerdo.
En el comunismo, como en Venezuela, se persigue a los defensores de los Derechos Humanos. Se allanan sus oficinas, se les persigue, se intervienen sus comunicaciones en nombre de la Libertad. ¿Guatemala?
En el comunismo, quien en realidad gobierna es una élite corrupta que acumula y esconde riquezas más allá de lo que una persona necesita para vivir lujosamente. Exponer ese enriquecimiento significa una cruel persecución política con todos los medios a la mano del sistema.
En el comunismo no existe la justicia. El sistema entero está al servicio de quienes dicen trabajar para su pueblo, de quienes dictan los veredictos a los jueces y hacen que el sistema funcione siempre a su favor. ¿Guatemala?
El sistema comunista separa padres de hijos, nos quita el privilegio de educarlos y transmitirles valores. En Guatemala, el sistema hace de los padres desterrados económicos, y los obliga a separarse de sus niños. En Guatemala, el Estado no asume ninguna responsabilidad ni siquiera con la repatriación de víctimas inocentes del problema, apátridas forzados que tratan de huir del régimen y alcanzar a sus padres en un país libre: los Estados Unidos.
Mientras la élite se enriquece, no paga impuestos y es dueña de todos los negocios, al pueblo le corresponde correr con todos los gastos. Basta ver las exoneraciones discrecionales de impuestos, las sabrosas y programadas amnistías fiscales (cuya fecha sólo la élite conoce anticipadamente, por lo que el juego es acumular deuda y reírse de los auditores fiscales entre amnistía y amnistía).
Además, la clase trabajadora, las clases media y baja son las que poco a poco se hacen cargo de la factura tributaria en proporciones incrementales. La llamada Reforma Fiscal del actual régimen y los desesperados intentos de hacer tributar a la economía informal con promesas de bienestar para todos son la mejor evidencia.
Por si fuera poco, igual que en el comunismo, la soberanía sobre los recursos naturales se pierde en favor de los aliados extranjeros, cuyas políticas expansionistas y financiamiento del status quo hacen que los opresores extiendan sus mandatos y garanticen que los intereses foráneos se impongan sobre el interés nacional.
¿Y qué decir del endeudamiento que compromete a las futuras generaciones? ¿La falta de democracia y la imposición de la dictadura en el sistema de compras del Estado, negando la posibilidad de un desarrollo capitalista de las fuerzas productivas y beneficiando sólo a los amigos del régimen?
No cabe duda. Guatemala es un país comunista, donde la ideología dominante se dedica al adoctrinamiento de las nuevas generaciones y a la explotación del pueblo. La calidad de la educación pública es miserable, y la educación privada raya en lo expropiatorio.
Guatemaltecos amantes de la libertad, la justicia, las oportunidades para que cualquiera pueda prosperar económicamente y construir su “sueño Americano”, aquí una causa que puede unirnos a todos en un proyecto de Nación: acabemos con el maligno y perverso comunismo chapín, que nos llegó disfrazado de democracia tortrix.
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