Lo interesante de este fenómeno es el hecho de no existir una interpretación homogénea.
Yo distingo cómo resultado del trabajo de campo (y menos de la descripción de modelos o tejimiento de redes falaces), varios contextos.
Primero, en relación a los legítimos movimientos de autodefensa, esto es una reacción muy clara hacia el retorno del Régimen. A pesar de la admiración que la izquierda centroamericana tiene para con el PRI, no debe olvidarse el carácter forzado y centralizador en el proceso de la construcción de ´identidad mexicana´ gracias al autoritarismo democrático de 70 años ininterrumpidos en el poder. De tal suerte que los engranajes institucionales del priismo se orientaron fundamentalmente a la negación de todo tipo de expresiones comunitarias o a eso que tanto recalcan autores comunitarios como Taylor y Sandel: Formas alternativas a los mecanismos de identidad legítimos de los Estados Nacionales.
Aunque el actual priismo afirme que no comete los vicios del pasado, y aunque la Comisión de Derechos Humanos asegura que nos hay prácticas racistas en el Estado mexicano, hay que reconocer como bien lo expresa Tzvetan Todorov: Una cosa son las conductas y eventos de odio, que se entienden como racismo, y otras muy diferentes, las doctrinas, los valores, las normas y las instituciones que sostienen las estructuras de dominación basadas en clasificaciones étnicas, que hemos de llamar racialismo.
Formalmente el Estado mexicano condena las prácticas racistas pero las llamadas ´instituciones racialistas´ siguen reproduciendo este tipo de prácticas: Desde una estructura televisiva mexicana que mercadea hacia afuera un ´México de blancos´ (particularmente Televisa) hasta un Poder Judicial que sataniza las expresiones de defensa comunitaria por ser una cuestión de ´indios rebeldes´ a los cuales el poder de la Federación, (de un Estado mestizo manejado por una partidocracia priista de blancos) debe someter.
El problema es que si todo esto fuese una situación típica del imaginario social, no habría nada que temer.
El problema es que no lo es.
Cómo segundo punto, la problemática consiste en notar que estos nuevos grupos de autodefensa civil están reconstruyendo patrones muy similares al de las Fuerzas Paramilitares en Colombia. Lo cual no es extraño tomando en cuenta la cercanía del ex General de Policía colombiano, Oscar Naranjo con el actual gobierno mexicano. Naranjo implementó este mecanismo en Colombia y no debe olvidarse el rol de Naranjo como asesor ´externo´ de Enrique Peña Nieto.
Que este fenómeno haya tenido su evolución mayor en Guerrero no es solamente una cuestión relacionada con el olvidado México del Sur. Cada Estado tiene su importancia.
Guerrero desarrolló desde 1995 la Policía Comunitaria, conocida como Coordinadora Regional de Autoridades Indígenas, con la intención de enfrentar los delitos impunes de asalto y violación por parte de ganaderos hacia los colectivos indígenas.
Otra cosa muy diferente parece ser los nuevos grupos armados, que se dedican a combatir las expresiones de violencia propias del crimen organizado. Si a esto agregamos que el territorio de Guerrero ha tenido una brutal disputa entre el Cartel de Sinaloa y las estructuras de los Beltrán Leyva (quienes ostentaban dicho territorio hasta 2006) bien puede pensarse que hay una estrategia tácita del actual Régimen –vía Naranjo– por disfrazar mecanismos comunitarios como instrumentos de los nuevos grupos tutelados. Tamaulipas por cierto, es un Estado clave en la ruta de trasiego y al momento no es claro que el Cartel de Sinaloa lo haya logrado arrancar de las manos del Cartel del Golfo. Nada sorprende.
Tercero, es interesante también que en Michoacán y en Tamaulipas estos grupos posean uniformes y armas de alto poder. No se debe olvidar que, como resultado de la anterior política de seguridad Calderonista (que atomizó los Carteles), los brazos armados reflejaban ´el modo y forma de los grupos élites de policía´ copiando elementos de uniforme, insignias, claves etc. Grupos como la Familia Michoacana y los Templarios se caracterizaron por esto. No es aventurado suponer, que además de la influencia Peña-Naranjo en el Sur, también los mismos grupos criminales reducidos a células pueden estar replicando esta estrategia.
En esencia, una paramilitarización en México, donde la autodefensa es, ahora, signo de sicariato corporativo.
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