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Migrantes en la antesala del infierno

En agosto de 2010, cuando ocurrió el macabro hallazgo de 72 cadáveres la suerte de los migrantes alcanzó titulares en todo el continente. Pero para muchos migrantes no era noticia, para los que vivieron para contarlo y quienes quisieron escucharlos.
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Migrantes en la antesala del infierno

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La Avenida del Migrante en Tecún Umán es de terracería, y en abril asemeja una superficie lunar seca y polvorienta, apenas transitable en bici-taxi, y que en vehículo hace desear uno de doble tracción. Los migrantes centroamericanos que pasan por ahí van a pie, a veces envueltos en una nube de polvo que levantan los pocos automóviles que transitan por la calle, llevando poco más que las ganas de llegar a Estados Unidos.

Marcada con el número 0-22, la entrada de la Casa del Migrante introduce a estos viajeros, sin preámbulos, a los peligros que encontrarán en México. A pocos metros de ahí, del otro lado del río Suchiate, al que da espaldas esta casa de la frontera de San Marcos. En un costado del patio, un área de espera con bancas y mesa de cemento resalta un cartel con las fotografías de un hombre y una mujer, ambos con un código de barras en el cuello, en el que se lee: “No estás en venta. Con un engaño te pueden hacer esclavo. No a la trata de personas”.

La advertencia tiene razón de ser. Miles de migrantes —hombres, mujeres, adolescentes y niños— caen víctimas de trata en México, según el sacerdote Ademar Barilli, administrador de la casa. Algunos menores de edad son vendidos o tratados por las madres, los padres, padrastros o el novio de la madre. Los adultos caen en la trampa queriendo procurarse el dinero necesario que les permita viajar hasta la frontera con EE. UU.

“Tuvimos el caso de una niña de 12 años de Honduras que estaba con su mamá en Tapachula”, recuerda Barilli. “El novio de la mamá iba a vender a la niña en las calles, hasta que Migración intervino y la mandaron a la Casa del Migrante”. El problema es que cuando los migrantes víctimas de trata son repatriados a su país de origen, no se les atiende por el daño sufrido, advierte el sacerdote. Y los migrantes son victimizados de nuevo.

Cifras de abusos

En la entrada de la casa, otro cartel previene: “Migrante, cuida tu vida y tu salud. El VIH-SIDA te puede afectar. Infórmate. Protégete”. Lo flanquean la lista de formas de contagio y de medidas de prevención. No existen registros sobre migrantes contagiados. Sin embargo, la protección y prevención es relativa ante casos de agresión sexual (0.4 por ciento de las denuncias) y de secuestro (6.3 por ciento de las denuncias) que suele incluir la violación, según cifras registradas por autoridades mexicanas y proporcionadas por la Casa del Migrante. Los porcentajes no reflejan lo que el padre Barilli ha escuchado. “Hay [tanto] hombres [como] mujeres que son violados sexualmente”.

El 56.3 por ciento es víctima de robo. Otro 9.7 por ciento padece maltrato físico o verbal. Otros tantos son capturados por narcotraficantes con el propósito de obligarlos a servir de correo de droga al cruzar la frontera mexicana estadounidense. El resto ha padecido otros abusos, incluyendo (en 1.3 por ciento de los casos) agresiones después de ser detenidos por autoridades mexicanas. Los estados donde se registra el mayor número de abusos son Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Tabasco, San Luis Potosí y Tamaulipas.

El peor desenlace, la muerte, no aparece en las estadísticas pero todos los migrantes lo conocen bien. Aun así, la difusión en los noticieros de los secuestros de migrantes y las masacres en Tamaulipas (en 2010 y 2011) y los secuestros reportados en diciembre pasado en Oaxaca no los disuaden. Pasan tantos centroamericanos por la Casa del Migrante en Tecún Umán (unos cinco mil al año), que sólo se les permite quedarse tres días.

Vivir para contarlo

En agosto de 2010, cuando ocurrió el macabro hallazgo de 72 cadáveres —después de que huyó una víctima y avisó a las autoridades— la suerte de los migrantes alcanzó titulares en todo el continente. Pero para muchos migrantes no era noticia, para los que vivieron para contarlo y quienes quisieron escucharlos. Algunos escucharon en la Casa del Migrante, una de las cinco que administra el Centro Pastoral de Atención al Migrante (dos en Guatemala y tres en México), y donde coinciden migrantes que van intentan llegar a EE. UU. por tierra por primera vez, migrantes deportados que regresan a su país y aquellos que —pese a una o dos deportaciones— harán el intento de regresar a EE. UU., donde dejaron familia, hijos —el 80 por ciento de la gente que emigra tiene familiares en Estados Unidos, afirma Barilli— o un trabajo que les permitía mantener a su familia en su país de origen. Unos aprenden de la experiencia de otros. Ninguna vivencia se desperdicia.

Por lo menos desde 2009, los casos de secuestro, violaciones y extorsiones ya ocurrían, pero no llegaban a titulares de prensa ni noticieros. Sí quedaron registradas en el boletín Sueños y Fronteras, de la Casa del Migrante de la zona 1 capitalina, y en la revista Sin Fronteras, de la casa en Tecún Umán. Otras historias nunca fueron contadas, y solo han salido a luz después que de los familiares de los migrantes desaparecidos denunciaron sus casos en la Defensoría del Migrante, en la Procuraduría de Derechos Humanos (PDH). Algunos de los 44 denunciados como desaparecidos en la PDH datan desde 2007, el último año en que la familia tuvo noticias del migrante desaparecido, según Flora Reynosa, de la Defensoría. Otras son más recientes, incluso del año pasado.

Algunas denuncias salen de lugares inesperados, como la Fuerza Aérea Guatemalteca, adonde la PDH acude para entrevistar a los migrantes y recopilar denuncias sobre maltrato de autoridades en México y EE. UU. “Una vez, a finales de 2010, un muchacho nos pasó caminando a la par y nos dijo, ‘salven a los de Tamaulipas’, y siguió de largo”, relató Reynosa. “Cuando le fuimos a preguntar sobre el caso, dijo que varios migrantes estaban encerrados en una bodega atrás de una terminal de buses y que los estaban extorsionando”. No pudieron ayudarlos. No tenía más datos, y nunca se enteraron si los captores eran narcotraficantes, extorsionistas independientes o autoridades. Reynosa desconoce qué pasó con ellos.

La tercera semana de abril, el Gobierno mexicano atribuyó al cartel de los Zetas la muerte de 126 migrantes cuyos cadáveres fueron hallados en fosas comunes en San Fernando, Tamaulipas, después que se denunció el secuestro de autobuses en una carretera del sector, el mismo donde fueron asesinados los 72 migrantes en 2010. En ambos grupos había víctimas guatemaltecas.

Total de 109 denuncias

Hasta el 25 de abril pasado, la Cancillería había recibido 65 denuncias de personas desaparecidas en México o en EE. UU., según Andrea Furlán, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores. “Casi un 65 por ciento de los casos están resueltos”, reveló Furlán, refiriéndose por “resueltos” a que la persona fue localizada en un centro de detención, hospital o fallecida. La portavoz dijo que la mayoría de denuncias fueron planteadas después que el primer caso de Tamaulipas de 2010. Otras denuncias siguieron a la denuncia de 50 migrantes secuestrados en Oaxaca y al segundo gran caso de Tamaulipas, ante la cobertura mediática.

Los casos reportados a la Cancillería, más los denunciados a la PDH, suman 109 en total. Las autoridades y la Defensoría estiman que se trata de un subregistro.

Mientras tanto, la Casa del Migrante ofrece refugio, mapas de riesgo de las rutas peligrosas, donde se registran los peores abusos. “En esta casa se les da tres pláticas diarias, explicándole a los migrantes cuáles son las rutas de riesgo, los lugares donde son extorsionados, golpeados”, dice Barilli. También tienen un asesor jurídico que les explica el tipo de ayuda al que tienen derecho. El sacerdote recuerda que la red de casas atiende a los migrantes más pobres, que no pueden pagar un guía que los acompañe en territorio mexicano, que tienen que caminar y viajar en tren, y que a veces tardan meses en llegar a Estados Unidos. El objetivo es que elija las rutas alejadas de los lugares donde se registran los abusos, “prevenir para que el migrante se proteja”, explica Barilli, para que pueda llegar al final del camino que comenzó en la Avenida del Migrante.


¿Quiere ayudar?

En la Casa del Migrante, los migrantes son atendidos con fondos limitados y se depende de donaciones para ofrecerles ropa, calzado,y medicinas. Si usted quiere contribuir con ellos, puede comunicarse a los teléfonos 22 302 781 y 77 76-8 416, o bien puede dejar un donativo de ropa o zapatos usados (pero en buen estado), o cepillos de dientes nuevos y rasuradoras sencillas nuevas, los martes en las oficinas de Plaza Pública (a un costado del Edificio "O", en el campus de la Universidad Rafael Landívar, zona 16. 2426 2644). El donativo será entregado en la Casa del Migrante de la capital y de Tecún Umán, San Marcos.

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