Pero su crítica y su análisis son buenos. En el artículo que escribió con motivo de la crisis de los niños migrantes, señala varios puntos importantes. En síntesis, dice que las remesas familiares han hecho caer a los tres países del norte de Centroamérica en un ciclo vicioso que impide su desarrollo porque lejos de ayudar en la formación de capital han proveído a las élites locales de un modelo de negocios facilón, donde apenas terminan de captar los recursos de las remesas a través sus negocios locales y los mandan al exterior: una fuga de capitales.
Basar nuestra economía en las remesas tiene mucho de criticable desde el punto de vista humanitario. Pero desde el punto de vista económico –como señala Villalobos– también, aunque quizá no solamente por las razones que él menciona. Con todos los defectos que pueda tener, una economía como la que describe aún mostraría cierto dinamismo en torno a la provisión de bienes y servicios para los receptores de remesas. Revisando la información disponible, sin embargo, el caso parece ser que los recursos que entran al país por este rubro muy rápidamente encuentran su camino de regreso al exterior vía importaciones de bienes de consumo.
Echemos una mirada al comportamiento de los principales rubros de la cuenta corriente guatemalteca como porcentaje del PIB:
Fuente: CEPALSTAT y cálculos propios.
Las remesas se encuentran dentro del rubro “transferencias corrientes”, del cual constituyen alrededor del 90%. Por otro lado, los cambios en el balance de bienes se deben principalmente a los cambios en el valor de las importaciones, ya que las exportaciones se han mantenido estables a lo largo de las últimas dos décadas.
El gráfico muestra una clara relación entre la cantidad de remesas que ingresan y los productos que compramos al exterior. En los primeros años de la década del 2000, ambos rubros se incrementan notablemente.
¿Qué tipo de productos hemos adquirido los guatemaltecos con este dinero?
De acuerdo a los datos de comercio exterior del Banco de Guatemala, no han sido mayormente bienes duraderos. Por el contrario, como puede apreciarse a continuación, gran parte del aumento de las importaciones lo constituye el aumento de la factura petrolera y de bienes manufacturados y textiles.
Desglose de las importaciones guatemaltecas como % del PIB
Fuente: Banco de Guatemala.
En el período analizado, la factura petrolera más que duplicó su participación, pasando de un 2.3% del PIB en 1994 a un 5.7% en 2012. Dentro de los productos que aparecen englobados como “todos los demás” –y que también aumentaron su participación notablemente– los principales responsables del incremento son estos rubros:
- Productos de perfumería, tocador y cosméticos
- Manufacturas diversas
- Alimentos preparados para animales
- Maíz (en su mayoría empleado también en alimentación de animales)
- Gas propano
¿Pero acaso comprar todas estas cosas no genera algo de desarrollo y empleo en el país? ¿No se necesita acaso un ejército de dependientes de gasolineras, contadores y administradores para distribuir estos productos?
Sí, pero es muy poco según las cifras, pues la relación entre remesas y crecimiento económico es endeble. Si las remesas generaran una intensa actividad comercial local, esta relación sería fuerte pero no lo es. Éste es el caso no solamente para Guatemala sino también para Honduras y El Salvador. Veamos a continuación qué tan fuerte se correlaciona el crecimiento económico con los cambios en los valores reales de las remesas para los tres países:
Coeficiente de correlación: 0.1435.
Coeficiente de correlación: 0.0632.
Coeficiente de correlación: 0.1240
Fuente: Banco de Guatemala, Banco Central de Reserva de El Salvador, Banco Central de Honduras, CEPALSTAT y cálculos propios
Es curioso notar que en todos los casos la correlación es débil, pero es incluso más débil en El Salvador, que es donde las remesas representan una proporción mayor de la economía.
La Encuesta Nacional sobre Remesas Familiares y el Perfil Migratorio de Guatemala de la Organización Internacional para las Migraciones arrojan algunas luces sobre por qué la relación que se observa es tan débil. Cerca de la mitad de las remesas se destina al consumo y buena parte del resto a otros renglones de consumo que son clasificados de forma separada, como salud y educación. La inversión en estos últimos es sin duda beneficiosa para el país, pero estos beneficios se manifiestan en el largo plazo. En el corto y mediano plazo, un gasto orientado hacia el consumo final –en países pequeños como Guatemala, Honduras y El Salvador– resulta en un aumento de las importaciones.
Pero, ¿cómo llegamos hasta aquí? ¿Quién nos metió en un modelo que expone a la población más vulnerable a grandes riesgos a cambio de pagar nuestra factura petrolera y cuando mucho pagar ciertos servicios sociales que de cualquier forma estaríamos obligados a proveer como país?
La respuesta quizá no la tiene el siguiente gráfico, pues sería ingenuo pensar que el comportamiento de las remesas depende de quién esté sentado en la silla presidencial. Pero es interesante de cualquier manera.
Comportamiento de las remesas familiares como % del PIB en Guatemala, Honduras y El Salvador
Fuente: Banco de Guatemala, Banco Central de Reserva de El Salvador, Banco Central de Honduras, CEPALSTAT y cálculos propios.
Las líneas débiles en el fondo representan a Honduras (con marcadores de rombo) y El Salvador (con marcadores de triángulo). La línea de Guatemala está coloreada de acuerdo a cada período de gobierno. El boom de las remesas en Guatemala ocurre a inicios de la década de 2000, durante el período de Alfonso Portillo y continúa más moderadamente durante el período de Óscar Berger. Durante el gobierno de la UNE desciende a causa de la crisis financiera internacional, la cual también afecta a Honduras y El Salvador. En Honduras, el boom se da durante el gobierno de Ricardo Maduro y en El Salvador en el de Francisco Flores.
¿Qué podemos rescatar de todo esto?
Para salir de la trampa que describe Villalobos, Guatemala está en una posición menos vulnerable que sus vecinos del triángulo norte. Dependemos menos de las remesas que ellos y durante los últimos años hemos disminuido aún más esta dependencia.
Si nos lo propusiéramos, debería ser menos difícil para nosotros transformar nuestra economía en una verdaderamente productiva, una que pague sus consumos con productos y servicios y no con el drama humano de la migración. Lo hemos intentado en el pasado y nos iba mejor. En este punto solamente, acertaron los gobiernos “desarrollistas” del siglo XX.
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