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El hombre que retó a Chávez

El flaco Capriles y su camino hacia la Presidencia de Venezuela
Seguridad, empleo y educación son la base de la propuesta de Henrique Capriles, que intenta romper el monopolio del poder ostentado por Chávez desde 1999.
Foto: Miles de caraqueños acompañaron al candidato opositor Henrique Capriles en su cierra de campaña en la capital venezolana. Cortesía/Confidencial.
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El hombre que retó a Chávez

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El centro de Caucagua es una fiesta. Decenas de personas toman la vía principal del pueblo y alzan sus banderas en medio de la algarabía. Jóvenes, viejos, hombres, mujeres, todos aplauden, bailan y sudan copiosamente bajo el sol implacable del mediodía. De repente, la música es interrumpida por un improvisado animador que sobre una camioneta grita al micrófono: “¡Ya está llegando Henrique Capriles Radonski!”.

Mariela Mendoza espera con emoción. “Yo soy pobrecita”, se presenta. Caucagua está en el corazón de Barlovento, en el estado Miranda, ubicado en la región  norte-costera de Venezuela. Asiento de importantes haciendas de cacao en la época colonial, acogió en sus fértiles tierras a cientos de esclavos traídos desde África por los españoles. De allí viene Mariela y el frenético repicar de los tambores que anuncian el arribo del candidato presidencial de la oposición venezolana.

Embutida en un jeans, Mariela, una negra robusta de 40 años y mirada pícara, confiesa que ya se cansó de votar por Hugo Chávez. Tras muchas decepciones, resolvió abandonar al comandante de la revolución bolivariana y subirse al llamado “autobús del progreso”. “Ese flaco puede tener todos los millones del mundo, pero es un hombre sencillo”, describe a su nuevo amor político.

El chavismo descalifica a su adversario tachándolo de “burgués” y “oligarca”. Sonia Castillo, una docente de 38 años, escucha esos términos y frunce el ceño. “Al contrario, él es proactivo, maneja buenas ideas para Venezuela y como gobernador ha cumplido en Miranda. Capriles viene de cuna de oro, no tiene necesidad de robar, él lo que quiere es generar bienestar y empleo”, suelta mientras sacude su tronco de ébano al ritmo de los cueros afrocaribeños.

De película

Henrique Capriles Radonski nació el 11 de julio de 1972 en Caracas, en el seno de una familia de origen judío y destacada actividad empresarial. Sin embargo, esta historia no es color de rosa: sus bisabuelos perdieron la vida en el campo de concentración de Treblinka, en Polonia, y sus abuelos maternos, Andrés Radonski y Lili Bochenek, pasaron 22 meses escondidos de la garra del régimen nazi en un sótano hasta que lograron escapar del gueto de Varsovia.

Afincados en Venezuela desde 1946, Andrés y Lili continuaron con el negocio familiar. Abrieron una sala de cine y, sin saberlo, sentaron las bases del Circuito Nacional de Exhibidores (Cinex), una de las empresas más importantes del ramo en la actualidad. Gracias a la pasión del viejo Radonski, su nieto pudo conocer en 1984 a Mario Moreno “Cantinflas”. “El me decía sobrino y yo, tío”, rememora. Entretanto, su padre, Henrique Capriles García, representaba a una importante transnacional de alimentos en el país.

Segundo de tres hermanos, Henrique cuenta que el gusanillo de la política le picó a los 11 años de edad. A los 22, se graduó de abogado en la Universidad Católica Andrés Bello y luego realizó cursos en la Universidad de Columbia en Nueva York, la Academia Internacional de Impuestos en Ámsterdam (Holanda), y el Centro Interamericano de Administradores Tributarios de Viterbo (Italia).

Su vida cambiaría el 6 de diciembre de 1998. Ese día resultó electo el diputado más joven de la historia venezolana con 26 años, apoyado por el partido socialcristiano Copei, que junto a Acción Democrática había controlado el modelo bipartidista instaurado en 1958. Los azares del destino y la crisis terminal del sistema, le terminaron colocando en la presidencia de la Cámara de Diputados. El primer gran paso en su marcha por el poder.

A correr

El sol aprieta y el asfalto hierve. Todos se apretujan en el punto de partida de la caminata, que es una postal típica de cualquier pueblo venezolano con su panadería, una venta de comida ambulante y un comercio chino. “¡Se ve, se siente, Capriles presidente!”, braman los manifestantes. A los pocos minutos, el canto se difumina hasta convertirse en un profundo rumor que estalla en un rugido. El candidato llega a Caucagua.

Vestido con una camisa azul y una gorra con el tricolor de la bandera nacional, Capriles Radonski levanta su mano derecha, apunta al intenso cielo azul y sonríe. La avalancha humana se desprende por las angostas calles y, en medio del tumulto, el líder de la oposición avanza con sorprendente rapidez.

 

El candidato de la Unidad Democrática se ufana de haber recorrido más lugares en Venezuela que el presidente Hugo Chávez. Cortesía/Confidencial.

 

La gente se le tira encima. Algunos quieren llevarse de recuerdo una foto con el aspirante presidencial y sacan el teléfono para captar el instante. Otros lo jalan tan duro que pudieran quedarse con un brazo como testimonio de su visita. Mujeres, altas, bajas, gordas y flaquitas, se guindan de su cuello y le estampan un beso en el rostro sudoroso.

Al final del trayecto, Capriles Radonski se encarama sobre un camión para dirigirse a la audiencia enfervorizada. Cierra el puño izquierdo, golpea el viento y habla de progreso a los habitantes de Caucagua, donde los servicios públicos no funcionan, hay botes de aguas negras, el monte crece y algunas casas ni tienen friso.

A unos 300 metros de distancia, un grupo de chavistas, cami

sas rojas y gestos amenazantes, intentan sabotear el acto. Entonan: “¡Y no me da la gana, de ser una colonia norteamericana!”. El candidato no se amilana y sigue. Su intervención es corta. Seguridad, empleo y educación, el núcleo de su breve mensaje. “¡Dios bendiga a Caucagua, amén!”, se despide y, de inmediato, aborda la camioneta coaster blanca que lo trasladará a su próximo destino.

A Dios rogando…

“¡Qué calor!”, dice con asombro Capriles Radonski sentado al fondo del vehículo. Se quita la empapada camisa azul y antes de ponerse una verde idéntica, con un paño blanco seca el sudor que lo baña. Sobre su pecho cuelgan dos escapularios, uno con la imagen de Cristo y otro de la Virgen María. Pese a su origen judío, es de formación católica y confeso devoto mariano. “Soy un tipo creyente, religioso, por eso siempre nombro a Dios en mis discursos, no para politizarlo, sino como una manera de retribuir esa fe”, explica.

El ritmo de la campaña es trepidante. El viernes recorrió seis localidades del estado Aragua, ayer estuvo en el eje oeste del estado Anzoátegui y hoy patea Miranda. Caucagua fue el pueblo número 199 que ha visitado desde el 1 de julio. “Ha sido una actividad de mucho desgaste, pero extraordinaria”, resume con entusiasmo.

Ahora enfila hacia la parroquia Santa Cruz, donde caminará 600 metros. Es la segunda parada de una gira que en total contempla siete actividades. Luego, pasará por El Guapo, para marchar otros 850 metros. Después, Río Chico, 1.4 kilómetros. En San José solo ofrecerá un mitin. En Mamporal, volverá a andar un kilómetro exacto y el cierre será en Higuerote con un discurso. Todo perfectamente medido.

“Es duro, pero yo tengo una ventajita: he practicado deporte por muchos años y poseo una condición física que no tienen otras personas”, comenta. A Capriles Radonski, quien asumió la candidatura presidencial de la Unidad Democrática tras vencer en unas inéditas elecciones primarias el pasado 12 de febrero, le apodan “El flaco”. “Hay gente que me ve más delgado, pero estoy comiendo bastante”, afirma. En el trayecto a Santa Cruz toma un Red Bull, dos Coca-Cola Light y una ensalada de frutas. La jornada apenas comienza.

La camioneta llega a su destino. Afuera se escucha el griterío. El chofer abre la puerta y la gente extiende sus brazos. De nuevo, el sol inclemente, el calor que asfixia. El candidato se asoma, saluda, regala su mejor sonrisa y se dispara por el caserío.

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