Es la segunda ocasión en la que nos reunimos académicos de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa, con el fin de sentar bases para la creación de un programa de maestría en el que se busca especializar a jóvenes investigadores nicaragüenses y centroamericanos en este fértil campo de trabajo en ciencias sociales.
Uno de los atractivos más grandes de la actividad se encuentra en el abordaje multidisciplinar y multitemático de la memoria. Cine, literatura, violencia, mujeres en resistencia, militarismo, colonialidad, campesinos, pueblos indígenas, diagramáticas de poder, son unos pocos ejemplos de los temas tocados que, se espera, formarán parte de los referentes curriculares de la maestría. Para esto, se está pensando en la creación de un programa de estudios que reciba aportes docentes de académicos internacionales provenientes de todos los rincones de las ciencias sociales.
Abordar la discusión sobre una memoria transversal a la ciudadanía y la cultura, ha abierto el espacio a aportes provenientes de los estudios culturales, el psicoanálisis, la antropología social, la historia crítica, la teoría literaria, el posestrcuturalismo. Con ello, se ha iniciado a generar un recurso cultural inusitado para la región centroamericana, más acostumbrada a la repetición de los modelos institucionales inspirados en la ya decadente y eurocéntrica academia ilustrada del siglo XIX.
Las problematizaciones presentadas en las ponencias, al partir de la relación entre ciudadanía y memoria, brindan una panorámica del mundo producida por multiplicidades de sujetos que hablan sin el juicio despectivo del “hermeneuta” historiador, sociólogo o antropólogo de raigambre colonialista dedicado a (des)calificar y organizar los saberes “salvajes” según los criterios que rigen en la metrópoli.
Desde la primera ocasión, en marzo de este año, ha sido particularmente inspirador el debate sobre la trascendencia del oficio de aquel historiador positivista, dedicado a construir monumentos documentales, a partir de paleontologías de archivo, organizadoras de estratos y periodizaciones, constructoras de corpus oficiales del pasado y su recuerdo. Corpus memorial que dice muy poco para la vivencia concreta de las diversas expresiones ciudadanas.
Es posible que este tipo de ejercicios contribuya a una insurrección de saberes, como diría Foucault; saberes que siempre han quedado relegados y subsumidos por la diagramática del pensamiento ilustrado clásico, bajo los asfixiantes metarrelatos de la modernidad, la nación, la democracia, el republicanismo, el liberalismo de izquierdas y derechas. Metarrelatos empeñados en enfocar los desplazamientos del poder de las élites políticas y económicas, que olvidan el infinito universo de sujetos que actúan y construyen, desde la micropolítica, expresiones abyectas de ciudadanía.
Cuando los sujetos son reconstruidos desde las prácticas culturales, esos espacios memoriales que les son propios, aquellos considerados como “insignificantes” tienen el potencial de poner en jaque los debates de más “alto” nivel político, económico y social. Encontramos, pues, una variada gama de sujetos que viven, luchan y construyen ciudadanía desde abajo, desde la diferencia, por caminos que ninguno de los “grandes” ilustrados habría siquiera pensado.
Comprender esa riqueza, traerla al frente, es posiblemente el camino más honesto para reelaborar nociones que en este momento han perdido toda legitimidad, pero que la hegemonía del poder se resiste a negociar. Política, democracia, participación, representatividad, desde las praxis ciudadanas del sujeto “menor” invitan a repensar todos aquellos conceptos secuestrados por la ambición de personas provenientes de los grupos de élite que, el día de hoy, se presentan como positivos bienpensantes que defienden a capa y espada la destructividad del sistema. Actitud que en el fondo esconde un autoritarismo intolerante (disfrazado de utopismo democrático) o cierto pragmatismo resignado, acomodado a la posición de privilegio en la que han vivido todas sus vidas y que reflejan en sus quehaceres políticos y académicos.
Es loable el reto que el IHNCA se propone en este momento al buscar abrir el horizonte de lo posible, en términos académicos y políticos, para la región centroamericana. Brechas, intersticios que parecen estar prohibidos y que son, la mayoría de las veces, condenados por los cánones del poder. Promover este tipo de espacios en un siglo que no quiere escuchar a nada ni nadie que no se haya sometido a las lógicas dominantes es, entonces, una de las más altas y nobles tareas para enfrentar un mundo enfermo de cinismo, hipocresía y codicia. Especialmente, es de reconocer el empeño de Margarita Vannini, Ileana Rodríguez y Juan Pablo Gómez por el el especial empuje que le han dado al programa.
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