El punto final de una historia que comenzó con la interposición de un recurso de inconstitucionalidad total contra las reformas socialistas al Código Civil en el 2005, que reconocieron validez legal al matrimonio entre dos personas del mismo sexo. El Partido Popular, ahora en el gobierno, impugnó con ese recurso (presentado desde hace siete años) el hecho de denominar “matrimonio” a la unión legal entre dos personas del mismo sexo, lo cual de haber sido aceptado habría implicado la preservación de un trato discriminatorio. El Tribunal Constitucional respondió refrendando la ley y manteniendo la vigencia del matrimonio homosexual.
Aunque me alegró la noticia (pues ya solo faltaba que a la ola imparable del recorte de derechos económicos y sociales se sumara un embate más a las libertades fundamentales) y aunque estoy a favor de que se critique y desmonte el modelo heteronormativo que nos rige, me parece que este debate tiene aristas a partir de las cuales deberíamos formularnos otro tipo de preguntas.
Siempre me ha parecido paradójico que una institución diseñada como mecanismo jurídico de control social, patrimonial, reproductivo y sexual, y que ha sido considerada desde ciertos pilares de lucha feminista y de las minorías sexuales como bastión de la opresión, se transformara en una importante bandera de lucha del movimiento gay. Ya Engels habría criticado desde el siglo XIX el matrimonio monógamo como una institución injusta, fundada en el predominio del hombre sobre la mujer.
A mí me parece fatal que la gente tenga que casarse porque se ama, para poder “existir jurídicamente” como familia. Me parece fatal que para equipararse en derechos, las parejas homosexuales tengan que librar una batalla por el acceso a una institución derivada de una lógica opresiva y de control. Estudiando afuera de Guatemala he conocido muchas parejas heterosexuales, de estudiantes que se han casado para poder regularizar su situación migratoria, para poder estar juntos como pareja sin perder su condición de sujetos de derechos (para no permanecer como parias indocumentados) fuera de su país de origen.
Nadie debería tener que requerir del matrimonio para equipararse en derechos. Nadie debería ser presionado a enmarcar oficialmente su sexualidad y sus relaciones patrimoniales y de familia dentro de un contrato único. Nadie debería tener que requerir del matrimonio para poder acompañar legalmente al ser que ama cuando abandona su país de origen; para tener la cobertura de servicios sociales como familia, o para inscribir a sus hijos en un colegio sin que sean estigmatizados. Contratando seguros médicos en Guatemala, he conocido pólizas que no autorizan la cobertura del parto cuando la mujer no está casada. Y sí, estoy hablando del siglo XXI en un país que reconoce el derecho a la igualdad ante la ley.
Me parece fundamental, entonces, que nos preguntemos qué sucede con los derechos sexuales, patrimoniales y de familia de aquellos que sencillamente no desean suscribir un contrato en las cláusulas del matrimonio; qué sucede con aquellos que no están dispuestos a enmarcar su vida en un pacto de tal naturaleza. Me parece fundamental preguntarnos si es suficiente hablar de resignificación del matrimonio para tener la capacidad de expandirnos a todas las formas de unión posible; si es necesario pensar en modelos normativos diferentes al que encapsula el amor romántico y la tradicional relación de pareja, o incluso si es necesario pensar en modelo normativo alguno. Me parece fundamental preguntarnos, además, cuál es o por qué existe una diferencia entre matrimonio y patrimonio. ¿En qué momento pasa el matrimonio a ser patrimonio?
En cualquier país, apenas la discusión y reconocimiento del matrimonio homosexual sería un importantísimo paso como medida mínima de igualdad ante la ley, como medida que ponga fin a la terrible frontera simbólica de ciudadanía entre heterosexuales y homosexuales. Sin embargo, sigo creyendo que ese paso no sería del todo inclusivo, que deja fuera del radio de los derechos a minorías sexuales que no se definen (ni tienen por qué hacerlo) en ninguna de estas dos categorías. Y que por tanto se quedaría corto, se quedaría en deuda.
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