Al contrario, aquí se le rinde culto a la violencia de toda índole. En la primera expresión de esta, el Estado tiene el cinismo de negar el genocidio perpetrado contra los pueblos mayas y contra los opositores políticos al régimen que ha sostenido el modelo semifeudal y esclavista de producción. Modelo que en sí mismo es el botón de muestra de la violencia estructural.
La impunidad persistente por los crímenes de lesa humanidad se acrecienta con la reacción mediática que intenta estimular un hipócrita sentido de conciliación por la vía del olvido. En ese afán por forzar a las víctimas y sus familias a dar vuelta a la hoja, se violenta su derecho a la justicia y a la dignificación. Esa práctica de culto a la capacidad de evadir la justicia ha creado los andamios que facilitan hoy día, a los criminales del presente, mantenerse impunes, acrecentando la larga lista de víctimas de la violencia.
Así, en casi cada ámbito de acción o de interacción en esta sociedad, podemos señalar diversos fenómenos que al alentar la violencia confrontan la máxima de estímulo a la educación como herramienta para el desarrollo.
De esa cuenta, algo que para otras sociedades pueda parecer improcedente, en Guatemala hay escuelas sin pupitres pero con tanquetas. Pese a que el índice de delincuencia común no disminuye, la policía no es empleada en patrullajes o prevención sino en jornadas amenazantes contra adolescentes y jóvenes que reclaman ser escuchados por la autoridad que se mantiene perversamente sorda.
De mantenerse el nivel de amenaza violenta existente al momento de escribir esta columna, es probable que cuando la misma vea la luz, por desgracia se haya producido un desalojo violento de los institutos normales. Sería el corolario a la acción perpetrada la mañana del miércoles por Luis Eduardo del Valle, quien se dejó ir con todo y vehículo contra una barrera humana formada por jóvenes mujeres estudiantes normalistas. No conforme con ello, del Valle arremetió y tomó por el cabello a una estudiante y en su agresión, también fracturó el brazo de la madre de una de las jóvenes. ¿Qué hizo a este hombre actuar con semejante saña y violencia? El poder. El poder de ser hombre, de creer que como tal puede y debe poner en cintura a las rebeldes. Es la violencia genetizada que conspira contra el desarrollo y anula la educación.
Por lo tanto, podría pensarse que con un Estado que fomenta la violencia, un sector de la sociedad proclive a reproducirla y un sistema que la engendra, difícilmente pueda superarse el ciclo perverso de la misma. Sin embargo, hay señales que indican rutas posibles de superación de esta lacra.
Una de ellas por supuesto, es el movimiento de estudiantes normalistas que sigue dando muestras de madurez a un funcionariado y burocracia que enarbola el autoritarismo. Otra es la tradición construida por un grupo empresarial que le apuesta a la educación en todos los sentidos y niveles.
Es el grupo que ha dado vida al encuentro, ahora anual, entre la sociedad y los libros. Es el esfuerzo que representa trabajar por poner al alcance de la mano, una rica oferta editorial. Porque en los días que dura la Feria Internacional del Libro en Guatemala (FILGUA), se nos brinda una oportunidad de encuentro con una rama de la cultura que alimenta la educación.
Ojalá que para cuando se abran las puertas de la FILGUA este año, las autoridades de educación hayan cambiado el rumbo de su barco y lo dirijan hacia el puerto del diálogo con la comunidad educativa. Así, el aporte de las y los libreros a la remoción del culto a la violencia, podrá tener un terreno fértil en la juventud estudiantil, necesitada de escuelas y de libros, no de tanques y metralla.
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