Más allá del amor al arte

Más allá de su obra, que podemos admirar en el Centro Cívico, el Teatro Nacional y el Aeropuerto entre otros, debemos rescatar su legado humano. Un artista extraordinario que siempre se sintió orgulloso del país que lo vio nacer y que sin aires de arrogancia y sin ánimo de lucro, logró darle un toque de belleza al entorno en el que desarrollamos nuestra rutina, nuestra cotidianidad, nuestro día a día, el cual, como usted bien sabe estimado lector, puede llegar a ser insoportable.

Damos por hecho tantas cosas en esta rutina del día a día y nos olvidamos de aquellos que, al igual que el Maestro Recinos, buscan que este breve período de tiempo que llamamos vida y que vale menos que un teléfono celular Made in China, sea agradable.

Pienso en las fortunas, sean cuales sean, que han tenido los pintores, escultores, escritores, cineastas y músicos que han encontrado la recompensa en un sistema político que oprime la creación más que fomentarla. Es debido a esta fortuna, sea de la suerte o de un mecenas, que somos cómplices de su creación artística la que nos permite soñar, imaginar y atrevernos a ser creativos. Pero pienso también en todos aquellos que fracasan en este sistema, cuyo talento es ferozmente devorado sin que tuvieran la oportunidad de mostrar lo suyo ante la mirada impávida de un Ministerio de Cultura y Deportes encarcelado por aquellos que ven en la política un fin (para enriquecerse) y no un medio (para desarrollar un país).

Pienso también en los deportistas, que sin pedir contratos multimillonarios de imagen publicitaria, pusieron en alto en nombre del país como Doroteo Guamuch “Mateo” Flores o Teodoro Palacios Flores. ¿Qué mejor ejemplo para los jóvenes que un deportista? Como agradecimiento les pusimos sus nombres a nuestros estadios, así como el alcalde electo bautiza los pasos a desnivel (¿por qué nadie nombra los rellenos sanitarios cuando hay tantos que se han ganado ese honor?). Don Mateo Flores se nos fue hace unos meses, olvidado y don Teodoro sigue aquí, igualmente olvidado. En la antigua Grecia, los atletas destacados recibían una pensión vitalicia en agradecimiento por sus proezas deportivas, esas que también nos sacan de la rutina, nos permiten soñar y, mejor aún, nos motivan a ser mejores sin pedir nada a cambio. En la Guatemala actual mezclamos este ingrediente del olvido en las aguas negras con las que se cuecen los ingresos de muchos “directivos” del deporte federado, el cual, ¡oh sorpresa!, lo pagamos todos.

El arte y el deporte son esenciales para el desarrollo de una nación. Siempre habrá temas que acaparen la prioridad de la agenda nacional como lo es hoy la seguridad y la economía. Pero qué sería de la vida sin arte, sin deporte. Un día a día sin murales, sin porras, sin poesía, sin carreras. Una sociedad muerta en vida. Por eso desde este rincón, en donde me encierro con mis fortunas y frustraciones, le agradezco a aquellos que con su trabajo me inspiran a ir más allá del amor al arte. Gracias Maestros.