Más allá de una estrategia, una mejor forma de vida

Todas las miradas del hemisferio centro y norte están puestas en Guatemala. Y no es para menos: los altos índices de violencia que viven nuestro país y los países vecinos Honduras y El Salvador han dado la voz de alarma sobre la fragilidad de esta región, no solo en su democracia, sino también en su gobernabilidad. Para muestras no podemos olvidar la masacre de 27 campesinos en la finca Los Cocos, la Libertad, Petén, el pasado 15 de mayo a manos de los Zetas.

Aunque nuestras instituciones, tan permeadas por la corrupción y las mafias, nos asustan, agobian y frustran cada día, tengo la esperanza de que este primer intento de reunir a mandatarios de países corredor del narcotráfico y a cooperantes y representantes de países con sociedades altamente consumidoras de drogas, rinda los frutos esperados y no solo en cooperación, sino además en responsabilidad de fomentar una transformación de la región.

Hace falta concretar la estrategia con acciones reales, factibles. Ya no es tiempo para que los Estados de la región ofrezcan a los cooperantes ponerse de acuerdo en formas de accionar o proponer memorándums de entendimiento entre Estados en el tema de seguridad. Eso hace mucho debieron haberlo hecho. Eso no es nada vendible a los cooperantes, vergüenza debería incluso decirlo.

Si bien el Sistema de Integración Centroamericana (SICA) ha hecho su mejor esfuerzo por reunir a dignatarios y cooperantes, falta aún resolver la queja de la sociedad civil organizada por que la discusión sea incluyente. Pero aún más, que la estrategia integre elementos como la prevención del crimen, reducción del daño, rehabilitación social de niños, niñas y adolescentes en forma igualitaria que el combate de la criminalidad.

En estas sociedades no solo el narcotráfico es el responsable de tanta violencia que vemos y vivimos a diario, aunque sí lo es en su mayoría.

Parece que nuestra acostumbrada vida entre la violencia está cambiando nuestras sociedades. Hace poco el Ministerio de Gobernación dijo que a pesar de que en Petén disminuyeron los niveles de criminalidad, curiosamente las denuncias de violencia intrafamiliar se dispararon. No se sabe si es porque ahora sienten más libertad de denunciar o porque de pronto esa forma de violencia se disparó. Cualquiera que fuera la respuesta, es un tema al que habrá que ponerle atención.

Escuchando a algunos expertos en temas de cultura de legalidad, decían que esta generación difícilmente podrá ver un cambio, por lo que hay que apostar a una nueva generación de jóvenes que construyan una nueva sociedad y que en lugar de sobrevivir, vivan plenamente.

Y resulta tan claro y perturbador cuando vemos cifras, como las del Banco Mundial que dice que en Centroamérica hay 900 pandillas en las que jóvenes de entre 15 y 35 años forman parte de los más de 700 mil miembros.

Esta debe ser una oportunidad no solo de combatir el crimen, sino de fomentar un cambio en la actitud de las y los ciudadanos. Dejar de pensar en que solo lo que nos conviene a unos es los apropiado para todos, en que podemos violentar la ley, en que tenemos derecho a la impunidad si otros son impunes. Ya basta de tanto canibalismo. Reconciliémonos con nuestro sistema y fomentemos el Estado de derecho y de paso luchemos por nuestros derechos siendo responsables con nuestras obligaciones.