La primera vez que me tocó recibir a una familia refugiada en la frontera para llevarlos al albergue de Comalapa, Chiapas, le pedí a la mamá que, mientras ella cargaba a los niños, me diera las cosas para yo llevarlas hasta el carro. Me dio una bolsa con un poco de ropa. Le indiqué: «Deme más. Puedo cargar con la otra mano». Me miró en silencio y luego me dijo: «No hay más. Es todo lo que tenemos».
Esas pocas cosas que algunos refugiados logran llevar son las que el 18 de agosto algunos brasileños quemaron en Pacaraima, Brasil, al destruir un campamento de refugiados venezolanos. En los mismos días, brotes xenófobos aparecían en Costa Rica contra nicaragüenses. Se hizo viral un video mostrando a un dominicano de 15 años víctima de racismo en Bélgica, a quien llamaban «negro» para insultarlo. Ecuador y Perú comenzaron a exigir pasaporte venezolano a los que hasta ahora pasaban con la Carta Andina. Y en Alemania hubo cacería contra refugiados en Chemnitz, Sajonia. Aparecen símbolos nazis, pero también hay partidos de izquierda antiinmigrante como la organización Aufstehen (De Pie), fundada este 4 de septiembre por Sahra Wagenknecht (de madre alemana y padre iraní) dentro del partido anticapitalista Die Linke. Ya cuenta con 100,000 simpatizantes en su web. ¡Y son de izquierdas!
El elemento común a esta xenofobia es que es de pobres contra pobres. No son razas, como hace tiempo demostró el genetista italiano Cavalli-Sforza: el concepto de raza no tiene sentido científicamente. Cavalli-Sforza murió el 1 de septiembre viendo esta oleada de estupidez tribal. Por eso la filósofa Adela Cortina explica que lo que emerge no es xenofobia, sino aporofobia: el rechazo al pobre. En Palenque, Chiapas, es patente: migrantes pobres están en las vías del tren de la estación intentando que los policías no los extorsionen, mientras que migrantes ricos vienen como turistas, aterrizan en la pista que está a menos de dos kilómetros y son recibidos por una policía especial: la policía turística.
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Sin embargo, el 26 de agosto, con la clausura del Diplomado en Pastoral del Migrante en Esquipulas, pudimos vivir una experiencia no de xenofobia ni de rechazo al pobre, sino de fraternidad transfronteriza. Después de seis meses de preparación, 55 personas de Honduras, El Salvador y Guatemala, a la sombra del Cristo Negro, junto al que se firmó el inicio de la paz en Centroamérica, recibieron sus diplomas de manos de Norma Romero, fundadora de Las Patronas, y de Gioacchino Campese, teólogo scalabriniano. Ella venía de Veracruz, donde con su grupo de mujeres da comida a las personas migrantes, y él de Roma, donde da clases sobre el tema de la migración a partir de su experiencia en el albergue de Tijuana. Apenas cuatro días después se recibió en la Casa del Migrante de Esquipulas a 50 personas de Haití y de África, lo cual confirma que el diploma más importante se recibe de los crucificados: el diploma de la fraternidad.
La misma fraternidad que este mismo mes mostró el sacerdote de Pacaraima que da desayuno diario a más de 1,600 venezolanos en su Café Fraterno, cerca de donde otros quemaron las pertenencias de los refugiados. La oposición a la xenofobia ha crecido en la diócesis de Roraima, que acoge migración venezolana; en la Iglesia de Perú, que ayuda al éxodo venezolano; en Costa Rica, donde se convoca a marchar contra la xenofobia; en Buenos Aires, donde se llama a protestar ante el Congreso argentino contra un decreto antimigrante del Gobierno, y en Alemania, donde se llevó a cabo el concierto Somos Más en la misma ciudad que días antes perseguía a extranjeros pobres. En fin, es la misma victoria del agricultor francés Cédric Herrou, que ayuda a migrantes que van a Francia y que fue enjuiciado por eso. Acaba de ganar la batalla al lograr que el Tribunal Constitucional francés reconociera el «principio de fraternidad» en la ayuda a los migrantes.
Y es que entre las pocas pertenencias que traen migrantes y refugiados hay una muy importante: el llamado a la fraternidad. Desde la vulnerabilidad de los crucificados, la fragilidad nos hace hermanos. Los que queman esas pertenencias perderán la historia. Hoy ya han perdido la razón.
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