En esto influye la importancia que las expectativas tienen en su funcionamiento, y el carácter fuertemente subjetivo y sujeto a comportamientos gregarios y de pánico de estas, lo que hace que con mayor o menor frecuencia los mercados se vean sujetos a ciclos de auge y depresión. La visión ideal del funcionamiento de la economía se relaciona usualmente con el crecimiento, tanto es así que basta con que deje de crecer, con que se reduzca su tasa de crecimiento; para hablar de crisis.
Para los países desarrollados, una parte creciente de su economía, entre en un 30 y un 50% del PIB, pasa a funcionar al margen de los movimientos del mercado en la medida en que la asignación de esa renta se realiza dentro del ámbito del Estado. El Estado recauda ingresos que luego gasta directamente (salud, educación, carreteras, etc.) o indirectamente (prestaciones por desempleo, pensiones de jubilación, etc.), con lo cual se aísla una parte importante de la actividad económica de los vaivenes del mercado. En una situación de crisis, es cierto, el Estado verá reducido sus ingresos, que al fin y al cabo se obtienen de forma mayoritaria gravando la actividad económica, pero su capacidad de endeudamiento le permitirá, a diferencia del resto de los mortales, mantener su ritmo de gasto.
Y acá es donde la teoría se separa de la práctica en situaciones como la nuestra, ya que por razones estructurales las medidas de política que tome el Estado no necesariamente se verán reflejadas en resultados concretos y medibles en los plazos necesarios, o sea que en las condiciones actuales y con lenguaje coloquial guatemalteco estamos “maniados” para defendernos de las crisis, además de la inveterada costumbre de discutir de más y hacer de menos esperando que las cosas se resuelvan solas, o negando evidencias como hasta hace poco.
En el control de la recesión económica, teóricamente las medidas expansivas se pueden desarrollar tanto mediante la aplicación de actuaciones de política monetaria como de política fiscal. Y se dice teóricamente porque, desde hace tiempo, ha habido un movimiento de “independencia” de los Bancos Centrales de la tutela de los gobiernos, de forma que la política monetaria ya no está en manos de los representantes de los ciudadanos, sino en manos de un Presidente del Banco Central que, normalmente, tiene que rendir cuentas de la estabilidad de precios pero no del comportamiento global de la economía o del crecimiento del desempleo. En todo caso, ante una situación de crisis económica, la política monetaria anticíclica consistiría en facilitar la reducción del tipo de interés con la finalidad de incentivar el consumo de bienes duraderos, que normalmente se adquieren mediante endeudamiento, reducir los costes financieros de las empresas e incentivar nuevas inversiones, y reducir el coste de la deuda de los ciudadanos, liberando recursos para el consumo. La otra vía de combatir la caída en la demanda efectiva asociada a las recesiones, es la actuación directa sobre la demanda por parte del Sector Público. De hecho, una de las ventajas que tiene la política fiscal sobre la monetaria es que no hace falta la toma de decisiones ad hoc para que empiece a funcionar. Pero el remedio puede ser peor que la enfermedad, si para “desmaniarnos” tenemos que endeudarnos más allá de la lógica y el pudor, ¡cuidado por favor!
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