El matutino elPeriódico ha presentado varias notas en que critica a la vicepresidenta Roxana Baldetti por señalamientos de corrupción. Independientemente de que sean ciertas las afirmaciones hechas, su actuar es una forma de magisterio moral desde el poder.
Baldetti responde que la critican por ser mujer y por el “misogenismo” (sic) del presidente de elPeriódico. Podría ser cierto. No obstante, las críticas por el enriquecimiento apresurado, el posible abuso de poder y la corrupción que puede conllevar, no tienen sexo, así que no hay que confundir ambos planos.
Lo más cuestionable es que los funcionarios públicos sean insensibles al efecto que su ostentar tiene frente a una población mayoritariamente pobre. En un plano profundo, contribuye a la desconfianza ante la política, la convierte en camino acelerado para el enriquecimiento y refuerza fenómenos como la violencia (que está ligada a la desigualdad).
La respuesta que da la vicepresidenta también es sintomática de su ideología “No todos los pobres de este país están condenados a seguir siendo pobres. Gente como él [refiriéndose al presidente de elPeriódico], no permite que los guatemaltecos eficientes, trabajadores y listos para prepararnos, podamos salir de lo que nos tocó vivir”.
¿Por qué criticar su vida ostentosa o la posible corrupción es impedir que otros salgan de pobres? No habla de que en un país como Guatemala, las oportunidades de educación, salud y trabajo están desigualmente distribuidas y que cambiar esto (y que guatemaltecos y guatemaltecas salgan de pobres), más que una acción individual, implica un esfuerzo colectivo de transformación dirigido hacia la creación de otro país, en el que participen políticos, empresarios y por supuesto, la ciudadanía.
Es necesario abrir la discusión sobre el papel de los funcionarios públicos y políticos, así como de la necesidad de ejercer un magisterio moral desde el poder que permita recuperar la confianza perdida en la política.
Los funcionarios públicos gozan una serie de prebendas que son escandalosas dada la realidad socioeconómica del país, lo que de por sí es una vergüenza. Pero además, por una larga tradición de conformación autoritaria y corrupta del poder, no pueden advertir que su investidura hace que sus actos tengan consecuencias públicas y que, más que aprovecharse de sus puestos, la profesión política debe constituirse como vocación (llamada) de servicio.
El poder descansa al final en el pueblo que lo delega temporalmente a los funcionarios electos. Un problema mayor es que no nos hayamos dado cuenta de eso y no lo hagamos efectivo, por lo que los políticos se han acostumbrado a cometer cualquier atropello (véanse las escandalosas concesiones hechas a las telefónicas, el reciente caso de la portuaria y lo que seguramente viene…).
Seguro que cambiar la situación implica mucho más que la asunción de la responsabilidad moral de ser funcionario público. Entre otras cosas, parece necesaria la presión popular para un cambio en las reglas del juego político que actualmente promueve estos abusos y esta falta de consideración.
Pero también se necesitan figuras políticas honestas. ¿Imposible? No. Allí está, entre otros, el ejemplo de Pepe Mujica, presidente de Uruguay, que demuestra que los políticos no necesariamente se deben enriquecer o aprovecharse de su situación.
Los políticos tienen que entender que la confianza y el poder, delegados temporalmente por el pueblo, implican un magisterio moral y no deben ser traicionados.
* El autor es docente de psicología en la USAC, ha impartido algunos cursos en URL y es investigador en ODHAG. Perpetra uno que otro artículo o ensayo. Fascinado con la imagen del ángel de la historia de W. Benjamin, intenta (sin saber si bien), seguir el consejo de "pasar por la historia el cepillo a contrapelo".
Más de este autor