Y para Guatemala y su sociedad, este próximo enero llega aún más expectante luego de las jornadas de protesta del 2015 y de la aparición, aunque limitada en cantidad y en profundidad, de nuevos actores que puedan asumir las demandas sociales.
¿Qué se debe hacer de entrada? Recuperar la capacidad de operación de las instituciones públicas, para ser explícitos. Particularmente en el Organismo Ejecutivo. Es cierto que la discusión sobre una reforma del Estado y de sus instituciones no se ...
Y para Guatemala y su sociedad, este próximo enero llega aún más expectante luego de las jornadas de protesta del 2015 y de la aparición, aunque limitada en cantidad y en profundidad, de nuevos actores que puedan asumir las demandas sociales.
¿Qué se debe hacer de entrada? Recuperar la capacidad de operación de las instituciones públicas, para ser explícitos. Particularmente en el Organismo Ejecutivo. Es cierto que la discusión sobre una reforma del Estado y de sus instituciones no se debe postergar. Debe iniciarse este próximo año. Pero una mirada al quehacer de los ministerios, de las secretarías y de las instituciones autónomas y descentralizadas nos muestra una pavorosa inactividad y una falta de capacidad para cumplir con sus obligaciones.
La excusa perfecta ahora es la falta de dinero, la ausencia de recursos en el Estado. Y esa explicación se puede creer a medias porque la mayoría de los sistemas y de las instituciones no se van a mover aunque los sienten en una montaña de dinero. Una vez resuelta —si es que se logra— la carencia de fondos, todavía deberán enfrentar la carencia de planes y de programas que permitan ejecutar las políticas públicas, si es que estas existen y han sido apropiadas (tomando en cuenta que fueron diseñadas a partir de un censo de población que tiene más de una década de haber sido hecho, que los equipos de técnicos y de profesionales del sector serán nuevos y quizá ni siquiera reciclados y que ahora han sido vetados por masa y por público como principio).
Se deben impulsar los cambios estructurales en un mediano o largo plazo, pero en el corto —cortísimo— plazo hay que ver quién se encarga de hacer funcionar el Gobierno si en los escenarios inmediatos se presentara de manera fortuita, aunque no inesperada, una catástrofe, por decir algo, parecida al terremoto de 1976. ¿Dónde estarían las instituciones gubernamentales? Cuando escuchamos a un director de un hospital público decir que en estos momentos la emergencia de esa unidad no podría atender ni siquiera a las víctimas de una camioneta embarrancada, imagínense el sistema hospitalario recibiendo un volumen de heridos como el que ocasionaría un terremoto.
Y de la recuperación de las viviendas y de los medios de producción ni hablar cuando todavía se carga con el reclamo de la no cumplida reconstrucción de Stan, de Agatha, del terremoto de San Marcos, etc. Todavía algunos pueden recordar la forma de organización que se impulsó desde las instituciones de Gobierno en 1976 y cómo se financió la reconstrucción en cantidad, calidad y oportunidad. Es dudoso que ahora pueda hacerse algo similar.
Somos vulnerables porque no tenemos Estado y porque las modas de los últimos años privilegian el desmantelamiento de este a extremos en los cuales ni las funciones básicas que le asignan los liberales pueden ser cumplidas. A eso súmenle que los despojos del cadáver cargan encima una multitud de buitres que se reparten la carroña y que estos son de todos los colores y de todas las procedencias. Agréguenle que no se ve por ningún lado una ruta clara, otra vez ni nueva ni reciclada, y que las crisis ahora sí son, sin exageración, de vida o muerte. Hay que salvar el futuro, pero este empieza mañana. Hay que hacer funcionar el Gobierno, y para eso debemos ser claros en el qué se debe hacer, el cómo, el cuándo y el con qué.
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