También es cierto que las generaciones de estudiantes tienen hoy la historia en sus manos y la capacidad de dar rumbo a un movimiento estudiantil y universitario. Al ampliarlo a universitario me refiero a las comunidades académicas que han sido fracturadas desde el momento en que la educación superior se centró solo en la transmisión de conocimientos con fines de graduación y dejó de ser espacio de cuestionamiento, crítica y reflexión profunda entre catedráticos, investigadores, estudiantes y encargados de la proyección sociopolítica de las casas de estudio.
No creo que este rumbo y esta historia puedan estar en mejores manos. Mientras escribo esto, pienso que el viernes 22 de mayo fue el Día del Estudiante Universitario y que, aunque la AEU ya no es lo que comenzó siendo, hay estudiantes como aquellos que soñaron con un país mejor. La esencia no ha dejado de existir. Estos años perdidos del movimiento universitario no han hecho más que hacer converger estudiantes y académicos de varias casas de estudio para comenzar una nueva ruta de transformación. Nadie ha calificado de bochincheros a los estudiantes. La AEU no ha tenido la presencia de otros sujetos universitarios. Sé que la San Carlos tiene ese reto: romper también fronteras hacia dentro de su ciudad universitaria y acercarse a otros tantos grupos, como #USACEsPueblo, que han trabajado por que las cosas dejen de ser como son y por que la universidad pública dé respuestas a los problemas del país.
Pienso en la URL también. En el gran desafío que tienen hoy por delante, el de contagiar de ese compromiso a muchos otros estudiantes que estarán regresando a clases pronto. No solo es un reto de los estudiantes que han salido a las calles y del Consejo de Presidentes de Asociación, que por medio de su trabajo silencioso han logrado cambios paradigmáticos en más de 50 años de la URL y que no pensé ver nunca. Es un reto de los profesores, de las facultades. No hablo solo de movilización. Hablo de lo que dio nacimiento a Landivarianos. Hablo de pensamiento crítico, de formación histórica y sociopolítica, de compromiso coherente y profundo con la justicia social y la opción por los pobres.
También recuerdo el Magis, nuestro guía de vida landivariano: «En todo amar y servir», y lo que significa para los hombres y las mujeres que desde su compromiso con esta nueva organización han trabajado ya por unas semanas juntos. Lo pienso porque sé que el futuro de repensar y reformular la política depende también de ellos. No exclusivamente, eso sí. «En todo amar y servir» es una máxima posible de tomar para ese liderazgo colectivo que nace y que puede guiar la horizontalidad, el trabajo en conjunto, las propuestas que se formulen, el diálogo que no excluye sino comparte, la escucha y sobre todo la toma de decisiones para el futuro. Es una máxima que se abre a los demás. Y se abre, por lo tanto, a los más de 15 000 landivarianos en el país y a los casi 8 000 que están hoy en el campus central.
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