Las jornadas de agosto y septiembre del 2015 en la calle fueron ferias municipales que vinieron creciendo desde meses antes con ciudadanos y colectivos que en ese momento nacían y se reconocían como actores principales de un destino-país. La demanda ciudadana era simple: que Pérez y Baldetti asumieran su responsabilidad penal y renunciaran o los destituyeran, y conocer detalles de su vida delictiva. Una demanda muy simple para que cualquier estamento social pudiera sumarse. Al fin y al cabo, los otros eran solo dos, Otto y Roxana. Ese caso no me tocaba, ni a mí ni a los míos. Era fácil identificar a los otros.
Vinieron más casos y les fuimos poniendo nombre y apellido; caras y actitudes; los nombres claves en las conversaciones telefónicas; las reuniones en oficinas, restaurantes o casas de descanso; los sobornos en efectivo; los maletines; las transferencias; las cuentas offshore; los viajes a paraísos fiscales; la vida de lujo; los helicópteros; los jets privados; las putas y los bolsos de dos mil dólares; las tarjetas de crédito pagadas con dinero negro; las carcajadas agresivas viendo el clásico Madrid-Barcelona en el palco de gente importante.
Amigos, familiares, conocidos, amigos de los conocidos, jefes corporativos, vecinos, compañeros de colegio, colegas, antiguas novias y sus maridos, a estos a los que la vida les sonreía, de repente salían en la televisión, en la prensa, en la pantalla del celular y en titulares que los involucraban. Eran nombrados en testimonios de colaboradores especiales. De repente aparecían preocupados o recluidos, abandonados al fondo de una carceleta, imputados, condenados en procesos relacionados con el expolio nacional. Los otros se convirtieron en ellos, en aquel, en nosotros.
En estos años la dupla FECI-Cicig ha logrado que decenas de personas hayan sido imputadas, procesadas y condenadas, y que muchas otras estén en pleno debate o a la espera en la eterna cola del sistema judicial guatemalteco: ese que fue construido para los otros, los pobres, los que sufrían el hacinamiento en las cárceles, la mala comida, los malos tratos, los pocos jueces, la saturación, la falta de medios, la nula infraestructura, los jueces incapaces nombrados por favores políticos.
[frasepzp1]
Ese es el problema de que los otros se hayan convertido en nosotros. Y por eso la agenda contra la corrupción actual no tiene la misma unidad que hace tres años. Cambió un gobierno, pero no las estructuras. ¿Cómo podemos pedirles a las élites de este ensayo de país que quieran cambiar las estructuras sociales y que suelten las amarras de ese barco que tienen bajo su mando desde siempre? No por nada el colectivo conservador que propugna por el inmovilismo y los privilegios se llama Guatemala Inmortal. En su imaginario social, todo está muy bien. Cualquier cambio, por tímido que sea, es extremista. No pueden permitir que haya una fisura. Esto es como una represa: si hay una fisura en ella (el sistema), todo se resquebraja y ante la presión se rompe para siempre. Esta asociación y la Fundación contra el Terrorismo marcan la agenda del discurso confrontativo. Sus analistas circulan por medios de comunicación y sus análisis van de celular en celular enviados en grupos de Whatsapp y en redes sociales. Toda cosa que se mueva, opine, proteste, se reúna o diga Cicig es comunista, un maldito y resentido comunista. Allí están ellos, y para ellos ahora somos los otros.
Y sí. Los que salimos a la calle ahora no apoyamos a la Cicig como un dogma de fe, camisa blanca y Biblia al aire, no. Nuestra posición es racional y democrática: un sistema sin privilegios, igualdad ante la ley, democracia real, un sistema de participación electoral y política que no dependa de padrinos mafiosos o de un millonario benefactor, que en un Congreso ético y amplio se discuta el país que queremos.
Y por eso tomo prestado lo que dijo esta semana un ahora famoso compañero de clase de mi colegio: «Cuando toca, toca».
Más de este autor