Este mes también se celebra, más reflexivo que comercial el Día de la Niña; que nos encuentra este año ante la develación de cifras de lo más escandalosas con las madres adolescentes.
En la década de los setenta, recuerdo el estribillo de una canción que preguntaba “¿por qué los niños ya no pintan flores, ni paisajes de colores?”; en aquella época algunas canciones (igual que Mafalda) nos revelaban a los niños y adolescentes que teníamos acceso a medios e interés respecto a la realidad, un mundo que aún protestaba contra guerras como la recién finalizada Vietnam o el conflicto árabe–israelí en su apogeo combatiente clásico, y las tragedias que se reflejaban en nuestra sociedad venían de esas imágenes, de tanques de guerra y fusiles a los que les colocaban flores en los cañones, en un mayo de París incendiado o un campus de universidad en Estados Unidos. De ahí, que los niños ya no pintaban flores, sino escenas de guerra con bombardeos y explosiones que replicaban de las películas de guerra en blanco y negro que pasaban en cualquiera de los tres canales de televisión nacional, vistos en la televisión propia o del vecino y también replicada en bulto con soldaditos plásticos y en un primitivo “gotcha” de hules, cáscaras de naranja y ramas de árbol con forma de pistola o fusil.
En esa época todavía faltaba lo peor, nuestra propia guerra nada convencional ni romántica, y la posguerra, compitiendo ambas en crueldad y deshumanización; por supuesto que los niños ya no pintan flores, la inocencia se ha ido brutalmente de la mano de una guerra que ha dejado el rastro del poco respeto o aprecio por la vida, y preparó a los niños para el cinismo extremo de vivir una cultura de muerte en su barrio ya no por ideas, ni indignación, ni afán de justicia; sino porque las cosas así son, en la espiral de un consumismo y desprecio por los valores básicos de convivencia que lleva a matar como cosa normal dentro de una generación altamente sociópata.
Y el futuro no puede ser mejor, los niños ya no pintan flores ni pintarán flores si siguen siendo forzadas sexualmente niñas que luego se convierten en madres que no pueden criar a nuestra siguiente generación. Estas mismas niñas, especialmente en las áreas rurales, seguirán desnutridas, analfabetas y maltratadas, cerrando la esperanza de cortar el círculo vicioso a menos que nos decidamos de una vez por todas a formular políticas que contengan acciones afirmativas a favor de la niña rural. Ya no pintarán flores porque estarán viendo con caras al principio asombradas y luego cada vez más acostumbradas algún cuerpo cubierto con sábanas y sangrante en las calles por donde caminan a diario rumbo a su escuela, donde ni textos ni refacción los estarán esperando y si tiene suerte su maestro estará medianamente capacitado. Tampoco pintará flores porque quizá como se ve en la foto de Plaza Pública sobre las velaciones de las víctimas en Totonicapán, estará con la mirada atenta hacia arriba como pidiendo explicación a alguien o a algo de por qué y para qué pasó lo que pasó.
Defendiéndose de violadores en su mismo entorno, presenciando cuerpos ensangrentados camino de la escuela, con hambre y sin instrucción, identificando como modelo de vida en una sociedad consumista al delincuente y sociópata, en su mayoría con familia destruida; no me cabe duda, los niños ya no pintan flores, ni paisajes de colores; ni los pintarán por mucho tiempo.
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