Como en muchos sitios del mundo, pero sobre todo en aquellos que han sido golpeados por el terrible estigma de la guerra, en Guatemala todos tenemos muchos muertos que llevamos dentro, no porque los hayamos eliminado con nuestras propias manos, sino porque han sido víctimas de la indiscriminada violencia que nos ha azotado desde hace décadas. Así, pues, no solo contamos con nuestros muertos cercanos, aquellos miembros de la familia que se nos adelantaron en el viaje, con algunos amigos o cono...
Como en muchos sitios del mundo, pero sobre todo en aquellos que han sido golpeados por el terrible estigma de la guerra, en Guatemala todos tenemos muchos muertos que llevamos dentro, no porque los hayamos eliminado con nuestras propias manos, sino porque han sido víctimas de la indiscriminada violencia que nos ha azotado desde hace décadas. Así, pues, no solo contamos con nuestros muertos cercanos, aquellos miembros de la familia que se nos adelantaron en el viaje, con algunos amigos o conocidos, sino además, con quienes sin que los conociéramos en vida, forman parte significativa de nuestra historia personal, social e incluso ciudadana.
En mi caso particular, recuerdo este día a tres de mis abuelos; el otro, Papa Meme, sigue allí a sus 101 años perdido a veces en la maraña de sus recuerdos, envuelto en la bruma de una senilidad ya no tan incipiente, y a la vez irremediable. También está mi padre, fallecido hace ya 15 años, algunos conocidos, la hija de una amiga cercana y el papá de mi cuñada Anita. Por supuesto, también entre mis muertos cuento a quienes han significado algo para mí, ya sea desde el arte, la música, la literatura o bien por su entrega política. Así, paso revista a los nacionales y extranjeros, a quienes simplemente fueron víctimas de un sistema que no supo, no pudo o no quiso apreciarlos en vida.
Porque así como los vivos conforman parte de nuestra identidad con sus influencias, también lo hacen los muertos, tanto porque nos incitan a seguirlos con el ejemplo de sus luchas, como si nos repelen por lo horrendo de sus acciones. Día este sin duda para nostalgiar y preguntarnos un poco por el rumbo de nuestras acciones pasadas y presentes, para saber que, ineludiblemente, algún día también formaremos parte de ese sinfín de seres que se fueron y ya no son.
En fin. Mientras esto sucede, mientras los vivos se sigan aprovechando de los vivos, y en las próximas elecciones veamos cómo algún partido político no pierde la costumbre de resucitar a los muertos para obtener más votos, no solo comamos del fiambre tan apetecido (si nos alcanzó para comprarlo) sino también disfrutemos de uno de esos pocos días en los que la tradición popular y antañona todavía se vive en Guatemala.
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