Sucede que la marginación, la exclusión, el racismo, la discriminación y todos los males que aquejan a los pobres entre los más pobres están llegando a niveles inconcebibles. Y la historia puede repetirse: Sin respuesta de la “dirigencia”, una especie de revolución francesa podría darse en América Latina.
La basa estriba en el nivel de inteligencia que ahora puede manejar una población que se siente vilipendiada hasta por sus mismos líderes.
El día martes 5 recién pasado, en el ...
Sucede que la marginación, la exclusión, el racismo, la discriminación y todos los males que aquejan a los pobres entre los más pobres están llegando a niveles inconcebibles. Y la historia puede repetirse: Sin respuesta de la “dirigencia”, una especie de revolución francesa podría darse en América Latina.
La basa estriba en el nivel de inteligencia que ahora puede manejar una población que se siente vilipendiada hasta por sus mismos líderes.
El día martes 5 recién pasado, en el cruce de San Julián, Alta Verapaz, donde se toma la carretera hacia el Valle del Río Polochic, un grupo de campesinos y maestros detuvo momentáneamente el tráfico en horas de la mañana. Mi esposa y yo llegamos al lugar justamente en ese momento. El líder inició su discurso ofreciendo disculpas por el inconveniente y prometió que las acciones (leer un manifiesto) no tomarían más de ocho minutos. Y así fue.
La denuncia era contundente: La marginación en que se encuentran las poblaciones aledañas al lugar, principalmente las del valle. Nada de lo que dijo era mentira. Todo cierto y a ojos vista.
En el ínterin, me llamó la atención tres posturas que me parecieron muy dignas. La primera, el cumplimiento cabal de lo ofrecido: Ocho minutos dijo el líder y ocho minutos nos detuvieron; la segunda, la serenidad con que el grupo afrontó la peligrosísima actitud del piloto de un bus extraurbano que virtualmente “se les fue encima”. Mujeres y niños no se inmutaron. El chofer hubo de frenar antes de atropellar a la fila. El dirigente, megáfono en mano, llamó al compañero piloto a la cordura y le recordó que él también era pueblo. Le repitió sin alzar la voz que la tapada no duraría más de lo indicado. La tercera postura digna fue la de un grupo de soldados que se encontraban en el lugar. Imagino, ha de haber habido un oficial al mando. Guardaron una prudente distancia y una actitud respetuosa sin descuidar la atención que debían ante la posibilidad de un suceso violento.
Así, el mensaje nos llegó. Dialogué con el piloto de un microbús que llevaba 20 personas a Salamá y me compartió que “de esa manera sí valía la pena escuchar los mensajes”. Al terminar la lectura del manifiesto, el dirigente fue aplaudido no sólo por su grupo. Quienes estábamos detenidos también lo hicimos. En mi caso, aplaudí su claridad de pensamiento, su capacidad de expresión (mucho mejor que la de ciertas personas que ya se perfilan para contender por los puestos de elección popular) y la actitud del grupo totalmente alejada de sesgos ideológicos. El hambre, la explotación y la miseria no tienen color ni bandera.
Para mí fue agradable no ver a los tradicionales gritones que empujan a las masas a realizar hechos violentos y luego se esconden. O a quienes hacen marchar largas horas a los campesinos en son de protesta pero siguen a los grupos de lejitos y en cómodos carros para poner tierra de por medio cuando se desata la tormenta.
Seguro estoy, cada día, cada hora, cada minuto, la izquierda deja de ser adalid de los pobres porque, como expuse en mi artículo del 22 de abril del 2013: La izquierda tiene dueño.
Los pobres, los pobres entre los más pobres están escribiendo su propia historia.
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