¿Demagogia? Por desgracia, cuando uno revisa la situación real de las finanzas públicas de manera seria y técnica, muy especialmente lo que nos dicen las cifras del proyecto de presupuesto que el Ejecutivo presentó para 2012, pareciera que la oferta electoral corresponde a otro país o a otra realidad. El bono 15, la duplicación del presupuesto y recursos asignados al Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación, carreteras nuevas para cada lugar en el que se monta una tarima, “austeridad” gastando más, o que todos nuestros problemas económicos y fiscales se resolverán con competitividad y más privilegios para los exportadores, sí suenan a demagogia.
Ninguno de los dos candidatos y sus partidos ha realizado una exposición clara y detallada de la viabilidad financiera de sus ofertas electorales más osadas. Tampoco han querido debatirlas públicamente, ni los candidatos ni los asesores técnicos que uno espera existan y que hayan sustentado semejantes propuestas.
Pero, no se debe olvidar que esta muestra de, digamos “opacidad proselitista”, no es casual. Todo lo contrario, tiene una lógica y, esa sí, muy bien cimentada. En términos de capital político electoral en Guatemala, qué en realidad y efectivamente gana más votos, ¿la promesa atractiva y pegajosa, por demagógica que sea, o un técnico rindiendo explicaciones con datos y cifras, aburridas e inaccesibles al votante promedio?
Sin duda, una propuesta clara, directa y atractiva, bien comunicada con un slogan cuidadosamente redactado, incluso con muñequitos o caricaturas en la televisión, es mucho más efectiva para lograr votos que la explicación de un tecnócrata. Esto acá en Guatemala, como en cualquier otro país del mundo que utilice el voto universal y secreto para elegir a sus autoridades.
Así es la realidad: no todo el mundo es experto en políticas públicas, fiscalidad o economía, y lo que no debemos olvidar es que tampoco tiene por qué serlo. Y si a eso sumamos nuestra cuota local, pasando por la desnutrición infantil, el analfabetismo y dificultad para acceder a servicios básicos como educación, salud y seguridad ciudadana, pues la cosa pinta aún peor. Y los políticos lo saben, y como tales, sacan provecho de ello.
Pero el poder electoral de la demagogia es efímero y alucinante. Tarde o temprano el demagogo “ganador” puede rápidamente volverse un perdedor real. Y esa amargura para la victoria electoral está a la vuelta de la esquina: el próximo enero.
Si, por ejemplo, se cumplieran algunas de las ofertas electorales más osadas, el efecto inmediato sería un gravísimo problema de liquidez para el Estado. En el caso de ofertas basadas en la reducción de impuestos, sí podría mejorar la capacidad de consumo de algunos hogares, pero restaría recursos para el funcionamiento de hospitales, o peor aún, cubrir la nómina salarial del Estado. Pasa por alto algo muy básico: el propósito de los impuestos no es financiar el consumo de los hogares.
En Guatemala, recortar los recursos para gastos esenciales del funcionamiento del Estado vía la reducción de impuestos, da lugar a protestas magisteriales, centros de salud en crisis, huelgas y parálisis en las fuerzas de seguridad, o una pelea de carroñeros por incrementar la deuda, ahora sí, a niveles exorbitantes. Una realidad mucho más cotidiana y aterrizada que las promesas demagógicas.
Estos serán los límites a la demagogia, impuestos por nuestra realidad. Una realidad que en enero le saltará a la cara al “ganador”.
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