Y, en lo que respecta a los casos de estudio preferidos, la Transición española es uno de los más apasionantes por su contexto, por la pluralidad de actores y por los pactos construidos.
Sobre todo desde el universo de las izquierdas.
Las izquierdas políticas españolas han jugado un rol importante ya para definir la agenda de resistencia, ya para apoyar la Transición o ya para someter a todo el sistema a mayores demandas. Un dato interesante respecto a ellas: el segundo partido socialista más viejo de Europa es el PSOE, que se conformó tan solo cuatro años después que el SPD alemán. Otro dato interesante: el fundador del PSOE se llamó Pablo Iglesias González, conocido como el Abuelo, y el joven politólogo español que funge de secretario general del partido español Podemos se llama también Pablo Iglesias. Menuda simbología en las izquierdas viejas y jóvenes.
Ahora bien. ¿Cuál sería la diferencia entre estos dos Iglesias (además de los contextos en que les tocó vivir)? Me parece a mí que una primera distinción empieza por la moderación. A ver. Me explico. La revolución de 1917 no fue acogida con los brazos abiertos por todos los socialistas españoles, quizá porque planteaba precisamente la compleja interrogante de Lenin con respecto a qué hacer luego de la barbarie. Pablo Iglesias, el Abuelo, fue muy escéptico en otorgar el apoyo total a los bolcheviques a causa de la violencia mostrada por los comunistas rusos. Para el Abuelo, el acto político no podía concebirse como creador de violencia o como constructor de una nueva hegemonía.
De ahí en adelante, la separación en España entre comunistas y socialistas se hizo abismal.
Al momento de la Transición (más de 60 años después), los socialistas españoles fueron capaces de tomar decisiones que estaban al nivel del momento exigido. Pudieron conceder y mutar. A mí, en lo personal, me parece que la decisión de desmarxizar el PSOE habrá sido de las acciones más complicadas dentro del socialismo español, incluso a sabiendas de que las bases militantes podrían correrse hacia los comunistas. Sin embargo, los resultados electorales en el camino a la Transición son interesantes. En las primeras elecciones generales del 15 de junio de 1977 se pudo comprobar la fuerza de la representación institucional. El PSOE triplicó en votos y escaños al Partido Comunista Español (PCE). En efecto, el partido socialista no habría podido adoptar un comportamiento republicano de haber sostenido los residuos marxistas, pues, como hemos apuntado en otros contextos, hay en el marxismo una enorme carencia de teoría política. ¿Para qué entonces la institucionalidad de la democracia burguesa? Traerse el sistema pa’ bajo, desconocerlo, motivar a la resistencia y apuntar a su ilegitimidad fueron, por suerte, vicios que el PSOE de la Transición no cometió. Y con ello la democracia española pudo construirse.
Pero incluso los comunistas españoles (que estaban en la clandestinidad) debieron tomar decisiones de estadistas. Lo hemos apuntado en otras entregas. Se decidieron a participar y aceptaron las reglas de la participación, como erradicar toda simbología propiamente soviética y utilizar los colores nacionales españoles. Y no queda allí. Los Pactos de la Moncloa se lograron legitimar porque el PCE disciplinó a buena parte de sus militantes cuando los resultados electorales los condujeron a fallecer políticamente. Santiago Carrillo, histórico líder de los comunistas, fue capaz de enfrentarse a decenas de millares de activistas del partido comunista y de otras organizaciones que querían mantener la lucha. Y los comunistas fueron capaces de aceptar el arreglo institucional, así como de reconocer la carencia de fuerza electoral. Pero no enarbolaron la bandera de la guerra. De ese modo, la Transición fue posible al no haber amenaza de ruptura institucional.
Dicho sea de paso, ¿quién fue entonces más importante para la Transición: Santiago Carrillo o Juan Carlos de Borbón?
Y ahora le toca a otro Iglesias hacer historia.
Podemos tiene un capital político muy interesante. Los sectores del socialismo español que consideran que el PSOE se ha aburguesado y desconectado de la gente se han canalizado en Podemos. Obreros que perdieron los derechos de sindicalización y posteriormente el trabajo se unen a Podemos junto con universitarios desplazados por los recortes del sector público que en su vida han tenido una oficio. Y que ahora, sin estudios y sin empleo, regresan a casa de sus padres o parten de meseros a Alemania. Algunos sectores nacionalistas (por ejemplo, de la izquierda abertzale) tienen presencia en los actos públicos de Podemos. Y debemos sumar republicanos, antimonárquicos, antisistémicos…
Por el contexto tan diverso, plural y heterogéneo que Podemos tiene como posible mercado electoral, no está demás esperar que discrimine hacia aquellos ofrecimientos que concretamente pueden recibir algún tipo de representación efectiva: dar escaños a las visiones de mundo. Pero ojalá lo gordo del caso fuera solo lo anterior. Iglesias, suponiendo que se convierta en un actor político relevante o que transite por la ruta de Syriza, tiene que ser lo suficientemente honesto y maduro para reconocer que tendrá que conceder y negociar. No puede eliminar la austeridad, excepto si está de acuerdo con abandonar el euro y salir de la UE, lo cual no es una decisión popular entre la mayoría de los españoles. De retornar a la moneda nacional, debe contar con una industria autónoma sólida que pueda ser receptora de las emisiones monetarias y gestionar de forma efectiva el reparto de las utilidades porque, de lo contrario, provincias como Cataluña saltarán del barco. En el caso de España, hay que confesar que fue solo a partir de las capitalizaciones aportadas por los países fundadores de la UE que este país alcanzó el desarrollo económico y la prosperidad. Por sí solo parece que no puede.
¿Romper con los acreedores y encaminarse a un default? ¿O solicitar un abandono del euro sin salir de la UE? Quizá vaya siendo tiempo de reconocer que se necesita una UE con dos velocidades: una para los originales y otra para países con mayor índice de evasión fiscal, con menos marcos reguladores y con mala gestión pública.
En medio de estos dilemas están las decisiones de estadista. Iglesias, el joven, tendrá que darle una repuesta al qué hacer de Lenin que esté a la altura de las anteriores decisiones históricas de madurez política tomadas por la izquierda española.
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