Los hijos de las mujeres de Santa Teresa

Las 35 mujeres recluidas en el área de guardería del Centro de Prisión Preventiva para Mujeres Santa Teresa, tienen que lidiar entre la dureza del lugar y la ternura de ser madres de pequeños bebés, casi todos entre un mes y dos años. Ellas combinan la tristeza y desesperación de estar privadas de libertad con la esperanza de ser la única persona con la que un bebé debe estar: su madre. Las autoridades les permiten tener a sus hijos con ellas hasta los cuatro años, luego se los entregan a familiares o al Estado para su cuidado.

En diciembre del año pasado, un grupo de periodistas y amigas creamos un pequeño club de lectura, fue así como supimos de las mujeres de Santa Teresa. Un religioso nos contó que allí las niñas y niños, hijos de las reclusas, suelen enfermarse de la piel porque comen “el rancho”, la comida que les dan a ellas y que contiene grandes cantidades de yodo. A veces los niños tienen comida diferente, que algunas personas que conocen la situación envían, pero otras veces “el rancho” es el único alimento. Así decidimos hacer algo.

El primer momento de encontrarnos con ellas fue difícil, parecíamos dos bandos. Ambos grupos nos miramos con cierta desconfianza, fueron las niñas las que rompieron el hielo al abrazarnos. Ellas entendieron inmediatamente que solo queríamos compartir.

Pasamos por los incómodos, pero necesarios, controles de la prisión. Para algunas era la primera vez para otras era un lugar común en la labor cotidiana del periodismo.

Compartimos pastel, dulces, juguetes, una piñata y gracias a la ayuda de alguna gente se llenó la alacena de la guardería, ahora tienen comida para dos meses, tal vez un poco menos y pronto se va acabar.

Uno de los momentos más importantes fue el hablar con ellas y despojarnos de los prejuicios para entender que llegamos a compartir y no a juzgar.

Los ojos de Fabiola empezaron a derramar lágrimas cuando le pregunté porque estaba en ese lugar. “Porque me vinculan a una banda de extorsión”, me dijo, sin intentar justificarse ni negar la vinculación. Le preocupaba más que su bebé de dos meses estaba enfermo y que fuera a agravarse, me dijo que eso era lo más frustrante por lo que había pasado, “no poder hacer nada por mi bebé”. Me tomó unos minutos no juzgarla.

A las que hemos sido víctimas de hechos de violencia, departir con privadas de libertad que creemos tiene responsabilidad de algún hecho delictivo es difícil, pero esta vez no se trataba de eso, sino de ayudar a niños que nada tiene que ver con las responsabilidades de sus madres.

Para las que llegamos fueron alrededor de tres horas las que compartimos con ellas, para ellas aún es incierto el tiempo que tendrán que pasar allí, llegamos sin agenda oculta “o mensajes religiosos para salvar sus almas”. Solo llegamos mujeres a ser solidarias con otras mujeres.

Es importante que las autoridades tomen en cuenta esta situación al momento de planificar los presupuestos de esos centros de detención, pues más allá del porqué se está privada de libertad, cualquier niña o niño tiene el derecho de disfrutar de su madre sin importar la  situación en que se encuentre, además de una vida con salud.