Desde inicios de la década de los 70, cuando lanzaron su clásico Las casas de cartón, hasta hoy, más de 40 años después, este grupo se ha mantenido, veces más, veces menos, en el imaginario colectivo. Como parte de una época que constituyó para muchos guatemaltecos el entusiasmo por crear un país más humano, el grupo musical se presentó en los días recién pasados en algunos conciertos en los que interpretaron sus éxitos conocidos y otras creaciones musicales nuevas.
Asistí a uno de estos conciertos en Trovajazz, en un local lleno, pero no tanto como había imaginado. El público, en su mayoría de mediana edad para arriba, se entusiasmó por momentos, pero apenas si tarareó algunos de los éxitos, pues estaba más interesado en degustar los platillos y consumir las bebidas y en su mayoría desconocía las letras de las canciones. Me pregunté, entonces, qué ocurrió con quienes durante décadas consagraron sus vidas por alcanzar mejores condiciones de vida para las mayorías vulneradas. Recordé que forman parte de ese saldo que ya había mencionado Rodenas en 2004: «De 200 000 víctimas, más de 600 masacres, más de 11 000 personas torturadas, más de 6 000 casos de desaparición forzada y muchos otros delitos cometidos y extremos considerados como genocidio», datos que pueden constatarse y ampliarse también en los informes Guatemala, memoria del silencio y Guatemala: nunca más, entre otros.
Así, haber escuchado a Los Guaraguao, más que catarsis, me produjo una especie de tristeza e indignación, pasando por otros sentimientos encontrados: dentro de pocos días se cumplirán 21 años de la firma de la paz de un conflicto interno que duró 36 años. Y si analizamos las causas que dieron origen a dicho enfrentamiento, podemos constatar que poco se ha avanzado en este sentido: Guatemala sigue siendo un país donde los niveles de pobreza y miseria se profundizan, donde ciertos grupos minoritarios siguen beneficiándose de las leyes y la impunidad, donde funcionarios sinvergüenzas se aprovechan de sus cargos para el enriquecimiento ilícito y la corrupción.
En pocas palabras, estamos mal. Y si seguimos así, es obvio que estaremos peor (siempre es posible).
¿Por qué estamos como estamos? Las causas son diversas y complejas. A los problemas del conflicto (que no se resolvieron porque los acuerdos de paz fueron el maquillaje para terminar con una pugna que, en medio del neoliberalismo global, impedía la ganancia económica del capital nacional e internacional) se suman otros como el crimen organizado, el narcotráfico y las maras. La agudización de la pobreza y la falta de alternativas viables a corto, mediano y largo plazo empezaron a pasar la factura hace años. El país es como un barco a la deriva en el cual quienes pueden tratan de apropiarse de lo que está a su alcance y no se dan cuenta de que tanto ellos como el mismo barco y todos los demás estamos naufragando sin remedio.
En medio de esta situación caótica y desesperanzadora, filósofos como Jorge Mario Rodríguez y Marco Fonseca y politólogos como Bobby Recinos, por ejemplo, han visto la necesidad urgente de refundar el Estado. Sus propuestas, con variantes, apuestan por un Estado plurinacional, equitativo y democrático. Cómo llevar a cabo esta refundación y quiénes la impulsarían constituye la gran incógnita. No serán, sin duda, los relevos generacionales de la oligarquía, que, en todo caso, como si fueran dueños de la gran finca, van a ofrecer el país al imperio haciendo lobby en Washington.
Por el momento no queda más que reconocer que en Guatemala la política contrainsurgente arrasó casi de raíz con todo lo que implicara mejorar la vida de las mayorías. La situación actual es, por ende, tan devastadoramente crítica que algo habrá que hacer para cambiar y no sucumbir de manera irremediable como país. La música de grupos como Los Guaraguao nos evidencia que, como dice el historiador Edeliberto Cifuentes Medina, no nos queda más que «organización y resistencia a la izquierda y desde abajo».
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