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Los dolores de la Huelga

Todos los años se producen diversos hechos de violencia. Y todos los años son esos supuestos infiltrados. ¿No es esta una razón suficiente para sospechar de esta simplificación?
La violencia que allí se genera es resultado de la combinación de permisividad de las autoridades universitarias, las disputas de poder en las asociaciones y los comités y ciertos factores situacionales como el consumo de licor y el uso de la capucha.
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Los dolores de la Huelga

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El jueves 16 de febrero, encapuchados del comité de Huelga de Ciencias Económicas golpearon salvajemente a varios estudiantes en el edificio S-10 del campus central de la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac). Al menos cuatro resultaron heridos y tuvieron que ser trasladados al hospital. No es el único hecho de violencia asociado a la Huelga de Dolores, aunque sí el más reciente y, por su difusión en medios electrónicos, el más impactante. De hecho, de ser una expresión crítica y contestataria, perseguida por los gobiernos militares, la Huelga de Dolores ha pasado a ser un espacio de reproducción de violencia.

Este es un problema crónico que se vive en varios eventos asociados a la Huelga. Aunque ha cambiado un poco, en las fiestas de declaratoria de dolores siempre hay problemas. No de ahora, sino desde hace tiempo, al menos desde mediados de los noventa.[1]

Además, otros hechos de violencia se han repetido regularmente desde entonces y además de algunas críticas aisladas, no se ha perseguido a los responsables.

Frente al suceso más reciente, la máxima autoridad de la universidad, el Consejo Superior Universitario (CSU), emitió un comunicado en que, entre otras medidas, declara aceptar el ingreso de la policía en el campus central de la Usac y solicita al Ministerio de Gobernación apoyo para el cierre de locales que expenden licor en los alrededores de la universidad.

Hay que leer entre líneas lo que esto significa: se llega a reconocer que no se puede mantener el orden dentro de la universidad y una medida que ha sido tan repudiada en la San Carlos, como el ingreso de las autoridades (policía), es solicitada ante dicha ingobernabilidad, además de admitir que se ha permitido de una u otra forma, la proliferación de expendios de licor en lugares donde está prohibido.

Ahora bien, el problema de la violencia en la Huelga no está dado porque algunos vándalos o “infiltrados” ejerzan sus pulsiones agresivas en dicha tradición. Seguramente que los hay. Pero esto no constituye la principal causa del problema. La cuestión no se da por las personas que participan, sino por la institución en sí, que incluye redes de poder y situaciones que invitan a ejercer la violencia.

Los nuevos integrantes que participan en los diferentes comités de Huelga, estudiantes y otros, llegan a un ambiente ya enrarecido debido a conflictos, intereses, tradiciones autoritarias y otros elementos que existen de cierto tiempo atrás. Aun cuando sean personas normales y decentes, ese clima los perjudica y los transforma en potenciales agresores. 

Lo peor del asunto es que los incidentes son causados por representantes de una institución que se quiso crítica y rebelde: la Huelga de Todos los Dolores. ¿Cómo se ha llegado a producir este vandalismo?

¿Unos pocos infiltrados?

En el debate sobre esta situación es frecuente escuchar que la violencia y los desmanes son cometidos por algunos pocos “infiltrados” en los comités de Huelga o de algunos pocos vándalos. Esta “explicación” es utilizada incluso por el propio CSU. Todos los años se producen diversos hechos de violencia. Y todos los años son esos supuestos infiltrados. ¿No es esta una razón suficiente para sospechar de esta simplificación?

Lo más preocupante es que la propia universidad, siendo por su naturaleza un espacio de análisis y reflexión, no puede advertir que existen componentes sistémicos, situacionales y personales que se combinan para crear el vandalismo ocurrido en su seno y bajo el amparo de la Huelga.

A esta “explicación” que atribuye la violencia a unos pocos, pretendo contraponer una explicación sistémica, hecha bajo la perspectiva del psicológo social P. Zimbardo.

Zimbardo fue el creador de uno de los experimentos más famosos de la psicología: el experimento de la prisión de Stanford ¿En qué consistió? Se solicitaron voluntarios y se formaron dos grupos: presos y carceleros, previamente seleccionados por su normalidad en pruebas psicométricas. La selección fue aleatoria y no se permitió que entraran personas con perfiles conflictivos. Se les colocó en una situación, muy realista, de una prisión, acondicionada en el sótano de la facultad de psicología de Stanford y se grabó buena parte de lo sucedido. El experimento se pensó con una duración de dos semanas.

A las 36 horas, tuvieron que sacar a uno de los “presos” por las reacciones psicopatológicas que tuvo y se canceló el experimento a los 5 días de iniciado. Los resultados fueron asombrosos: los carceleros se empezaron a comportar de manera cruel, humillando y acosando a los prisioneros que, por su parte, empezaron a comportarse en un rol pasivo y resignado, tal como prisioneros de verdad.

Este experimento demuestra la influencia sistémica y situacional en el comportamiento de las personas y tiene una aplicación muy directa para explicar los desmanes de la Huelga: un sistema en el cual existen autoridades punitivas y anonimato de los participantes, dan por resultado una situación que “invita” el uso de comportamientos degradantes y violentos.

En primer lugar, hay un sistema que se ha ido creando durante años: disputas de poder en torno a la dirección de la Huelga de Dolores, bajo la pasividad de las autoridades universitarias (lo que Zimbardo llama maldad por inacción).

En teoría, cada facultad o escuela tiene una asociación de estudiantes, electa democráticamente por la propia población estudiantil, que goza de la dirección de cada comité de huelga. Y se dice “en teoría” porque debido a conflictos entre agrupaciones rivales han existido diversas anomalías.

Un ejemplo puede servir para ayudar a entender lo que pasa. La Escuela de Psicología tiene varios años sin asociación, pero en todos estos años ha tenido un comité de Huelga de Psicología. Sin asociación de estudiantes, no podría existir comité de Huelga, pero de hecho se ha formado cada año. Esto implica que tanto las autoridades de Psicología como la Asociación de Estudiantes Universitarios –AEU-, otrora referente de rebeldía, tienen responsabilidad en el asunto.

¿Por qué? Porque el comité de Huelga de Psicología tiene una sede en el edifico A del Centro Universitario Metropolitano –CUM- que administra la Escuela de Psicología, por lo tanto, actúa bajo el conocimiento de esta autoridad universitaria.[2]

Pero también el comité de Huelga de Psicología ha participado en los distintos eventos de Huelga de Dolores, incluyendo el tradicional desfile previo a Semana Santa. Dichas actividades las controla el Honorable Comité de Huelga que se forma con representantes de cada unidad académica y de la propia AEU, que no puede alegar desconocimiento en ese sentido.

Esta situación que se ha dado con una u otra variante en diversas asociaciones y en la propia AEU, con la responsabilidad por inacción del CSU, ha generado un clima de disputas y enfrentamientos por las asociaciones que tiene su clímax en la Huelga de Dolores. Esto significa que hay un sistema de relaciones de poder que se caracteriza por anomalías legales, disputas y autoridades universitarias permisivas.

En segundo lugar, hay una situación que contiene diversos elementos favorables para la aparición de actos de violencia. La Huelga de Dolores, que inicialmente fue un movimiento crítico y contestatario, fue adquiriendo un carácter conspirativo muy fuerte a partir del conflicto armado interno. Las capuchas significaron un elemento de seguridad que servía para proteger la identidad frente a las fuerzas del Estado que reprimieron duramente a la USAC.

Sin embargo, entre otras razones, las actividades de recaudación de dinero para la celebración de la huelga, pronto se convirtieron en oportunidad para que los dirigentes se agenciaran de cierta cantidad de fondos (incluyendo el obtenido por el licor y la cerveza que eran destinados para la celebración, aprobados por el Congreso y que exoneraban de cierta cantidad de impuestos a las empresas donantes). La capucha permitía la impunidad.

Esto hizo que diversos grupos estuvieran interesados en dirigir cada comité de huelga. Probablemente a mediados de los años 90, se empezaron a crear “comités autónomos” que disputaban, por la fuerza incluso, la dirección de dicha actividad. Como las disputas se hicieron más violentas, se empezó a “reclutar” huelgueros fuera de la población estudiantil.

Hubo comités y “comités autónomos” que empezaron a reforzar sus filas con amigos de los dirigentes, incluyendo a pandilleros. Esto no fue una actividad aislada como se ha dicho. No fueron simples infiltrados. Esta práctica se hizo sistemática en algunos comités, aunque debido a la falta de registros, la masificación universitaria y el uso de la capucha, resulta un tanto difícil demostrarla.

¿Qué resultado da esta combinación? Luchas de poder que incluyeron la demostración de fuerza sancionada por sus dirigentes, oportunidades para el enriquecimiento, el uso y abuso del licor (recuérdese los distintos expendios que se colocan en los alrededores de la universidad), ritos degradantes de iniciación (los famosos “bautizos” que sólo se suspendieron hace relativamente poco), uso de armas como bates y cadenas por los comités de orden y la propia capucha que favorece el anonimato. Todos estos elementos son una mezcla suficiente para la producción de violencia.

Por ejemplo, en el experimento de Zimbardo y en otros, se ha demostrado que la “desindividuación” es un factor que, al eliminar el control de la propia conducta y favorecer el anonimato, hace que la violencia sea un recurso cada vez más factible. Esta desindividuación incluye el uso de uniformes o elementos que borren la identidad personal. Aspectos como el uso de fórmulas impersonales (“señor oficial”) o que impidan la identificación (¡como las capuchas!) eliminan la responsabilidad personal y facilitan las respuestas violentas.

En otras palabras, los “excesos” que se cometen durante todas las actividades de la Huelga no son producto de las condiciones personales de sus participantes. Pueden ser las personas normales que participaron en el experimento de Stanford.

La violencia que allí se genera es resultado de la combinación de permisividad de las autoridades universitarias, las disputas de poder en las asociaciones y los comités y ciertos factores situacionales como el consumo de licor y el uso de la capucha.

Es una lástima que una tradición que inicialmente fue tan crítica con el poder, haya recreado en sí misma los elementos que permiten su reproducción violenta. Por ello, hasta que no se reformen sustancialmente las condiciones de lo provocan (incluyendo la normalización de las situaciones en cada asociación estudiantil) se seguirá asistiendo al espectáculo de los dolores de la Huelga. Y no, como se quiso anteriormente, a la risa solidaria y combativa de la Chabela.

 

* Mariano González es docente de la Escuela de Psicología de la Universidad de San Carlos de Guatemala e investigador de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala. Escribió este artículo para Plaza Pública.


[1] Por ejemplo, en la declaratoria por facultades de marzo de 1996, quizás la más violenta que ha existido, varios estudiantes resultaron gravemente heridos en diversos incidentes. Un estudiante de derecho fue sorprendido por atrás y le pasaron un cuchillo por el cuello y quedó cerca de que le cortaran la yugular.

[2] Esta situación enmarañada presenta otra arista. En 2009 se llevaron a cabo elecciones en Psicología. Sin embargo, fueron impugnadas. El CSU resolvió colocar al Dr. César Lambour como director interino para “normalizar” la situación y convocar nuevas elecciones. Han pasado 2 años y no hay ninguna noticia sobre nuevas elecciones. La situación de la Escuela de Psicología no es única. Hay al menos otras seis unidades académicas que se encuentran en esta situación.  

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