Sus ojos estaban fijos, casi no parpadeó. Caminaba sostenida por dos hombres que ni conocía, pero que, desde que llegó a la base militar, serían su seguridad. Su barriga prominente no podría mentir: estaba embarazada. Vestía blusa y falda sencillas y, por calzado, unas yinas un poco desgastadas. Ya no lloraba. Solo su voz reflejaba tristeza y mucho temor. Ella es una de los dos testigos que sobrevivió a la masacre de Petén.
“Señora, ¿qué pasó en la finca?”, pregunté. “Llegaron a la casa unos hombres que no conocía y sacaron a mi esposo y lo mataron”.
Ella tiene por lo menos 28 años, pero su rostro y cuerpo la hacen verse mayor. Nunca se había subido a un helicóptero, pero era el único medio de transporte que la sacaría del dantesco lugar donde vio morir a su marido y a otros 24 hombres y dos mujeres, amigos, compañeros, conocidos suyos. A todos los decapitaron. Aún no se sabe si eso fue lo que les provocó la muerte.
“Ellos nos dijeron que eran mexicanos. Nos dijeron que nos iban a matar porque los guatemaltecos no los queremos. Ellos me dijeron que por mi niña y mi embarazo no me mataban”, relató la testigo que se veía casi prisionera de dos decenas de periodistas. No iban por ellos, iban por el dueño de la finca de nombre Otto Salguero, de quien las autoridades aún desconocen su paradero.
La estrategia parece militar y a momento parece un déjà vu de como el ejército mató poblaciones enteras en el marco del conflicto armado. Llegaron en la noche, los reunieron en un punto, los amarraron, los torturaron y allí los mataron. Los asesinos de hoy le agregaron su propio componente, su marca registrada: decapitarlos y mutilarlos.
En el mismo lugar había alguien más. Estaba en una ambulancia, de vez en cuando fruncía el ceño, en señal del dolor que le provocaba las heridas. “Me acuchillaron. Llegaron a las 7 de la noche y se fueron a las 3 de la mañana del domingo. Preguntaron por el patrón; él no estaba. Eran muchos hombres. Nosotros trabajábamos sembrando zacate para las vacas”, explicó.
El joven, de 23 años, es el otro sobreviviente de la matanza en Petén. Estaba dentro de una ambulancia cuando lo vi. Vestía un traje celeste, como el que usan los médicos. Las gazas blancas manchadas de poca sangre le cubren las heridas. De su brazo izquierdo pende una aguja que le provee suero. Los médicos del hospital de San Benito, Petén, le habían operado y suturado las heridas que el arma blanca le dejó. “Me salvé porque cuando caí se fueron a perseguir a otros. Creyeron que estaba muerto”, me dijo.
Su dolor pronto contagia a todos los que están a su alrededor. Todos sienten pena. A todos horroriza lo que ha vivido. Por momentos abre los ojos, la sedación posterior a su operación no le permite quedarse despierto siempre. Mira a su alrededor como asustado; parece recordar donde está y vuelve a dormirse.
A pesar de que el presidente pidió que la prensa no identificara a los testigos, me preocupa más que no suceda lo mismo del lado de las autoridades. Se dijo que habría seguridad para los testigos, pero hay que dejar claro quién será el responsable de esto, quién va a dar la cara por lo que suceda con los testigo que vieron de frente a los sanguinarios asesinos. El martes el Ministerio Público (MP) brillaba por su ausencia en el lugar donde hablamos con el testigo. Ojalá no se duerma en sus laureles y haga lo que le corresponde para protegerlos.
Mientras tanto, digamos no a las aves de rapiña que ya empezaron a sobrevolarnos, haciendo fiesta para su beneficio de la incapacidad que ha tenido el Gobierno y los gobiernos anteriores de brindarnos seguridad en todos y cada uno de los rincones de nuestro país.
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