En una mezcla de autoritarismo (común en varios gestos del gobernante, lamentablemente), así como de racismo (por tenerlos ante personas mayas), el mandatario interrumpió de forma intolerante y colérica a una autoridad kaqchikel de Comalapa que en ese momento planteaba algunos puntos de interés comunitario y regional. El suceso se difundió masivamente en redes sociales y despertó un rechazo igualmente masivo. Una semana después, el presidente, en lo que pareció un intento por mostrarse abierto a los planteamientos de los pueblos indígenas, se reunió con un grupo de líderes indígenas de forma cordial. Esto también fue visto con suspicacia.
¿Por qué resalto en cursiva líderes indígenas? Porque es preciso definir los alcances de los términos con los que se nombra a los representantes —o a quienes dicen serlo— de los pueblos originarios, dado que suscita bastante confusión y equívocos entre no indígenas y no conocedores. Primero, un líder indígena es una persona que ha logrado, sobre todo a través de méritos propios, destacarse como político local o regional, deportista, académico, comerciante o en el campo espiritual, entre otros. Es decir, un líder no sería del todo alguien que representa (en el sentido de ser delegado) a una comunidad determinada, sino más bien alguien destacado en ella. Este tipo de personas eran las que estaban en la reunión con el presidente el viernes último.
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Una autoridad indígena, en cambio, sería aquella en la cual ha sido delegada una representación de parte de una comunidad particular. Esta forma de autoridad también es variada: va desde las formas más tradicionales y respetadas entre los pueblos mayas, como los especialistas rituales (ajq’ijab’ en k’iche’), los cofrades del culto a los santos católicos, los alcaldes indígenas y los principales, es decir, aquellos individuos que han servido en diferentes puestos durante buena parte de su vida y que bajo distintos procedimientos han pasado a tener un puesto vitalicio como consejeros de los alcaldes del momento y de la comunidad entera. Entre ellos también hay muchas variaciones en cuanto a niveles, funciones, antigüedad y legitimidad comunitaria, y en esto último hay que resaltar las alcaldías indígenas restauradas más recientes, un tema que es bastante actual, discutido y recibido de diferentes formas en el interior de las comunidades mismas. En autoridad se enmarcan aquellas a las que Giammattei respondió de forma colérica y racista el día 17.
El trato diferenciado a ambos tampoco es nuevo. El Estado ha buscado formas de limitar el poder de las autoridades indígenas desde 1821, cuando estas poblaciones eran entre el 65 y el 75 % del total. Tuvieron un limitado éxito entre 1830 y 1838, pero Carrera revirtió mucho de este primer impulso modernizante. En 1871 nace la idea moderna y vigente del Estado guatemalteco en cuanto a su trato a los pueblos originarios: racista, infantilizador, sistemáticamente explotador (o permisivo de la explotación de otros) en la mayoría de las regiones y monista. Esto último es tanto legal como político donde el poder de las autoridades indígenas debía desaparecer. En la práctica, el Estado liberal debió negociar con muchas de estas comunidades para poder implantarse como el poder dominante.
Por los sucesos ocurridos entre el 17 y el 25 de julio, parece que, para el Estado y sus representantes, las autoridades mayas son un poco más que mera decoración exótica del país. Muchas de esas autoridades, y los sistemas comunitarios mismos, preceden al Estado guatemalteco. Además son instituciones que el Estado desconoce. Bajo la mirada estatal actual, un indígena destacado en algo puede ser autoridad. Al final, para aquel es más importante su funcionalidad que su legitimidad comunitaria. Que el Estado ningunee a los pueblos indígenas y a sus autoridades propias muestra la vigencia y el poder del proyecto liberal y de sus élites fundadoras en el presente. Por otra parte, reconocer a las autoridades indígenas legítimas, así como su lugar e importancia, podría ser uno de los tantos primeros pasos para transformar este país. La masiva indignación por el suceso del día 17 quizá sea una señal inicial de un cambio positivo en esa dirección. Ojalá.
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